Salí a la calle. Todo era como de costumbre. Las mismas personas comprando las mismas cosas de siempre: 1kg de pan, una cajetilla de cigarros, un litro de leche semi-descremada... y yo, que apenas llevaba unas cuantas monedas compré un paquete de galletas de soda y me fui. Comenzaba a ocultarse el sol y me puse a observar la variedad de colores que se iban originando durante su huida. De pronto algo me llamó la atención porque comencé a sentirme incómoda como si algo me impiediera avanzar. Ahí estaban. En la misma esquina de siempre en la misma posición de siempre. Eran mis demonios. Aquellos que me vivían persiguiendo como si les debiera algo. La verdad es que les debía su libertad. Pero no me atrevía a decirle que hace mucho perdí las llaves.
Entonces seguí caminando y para distraerme un poco hasta llegar a mi destino comencé a comerme las galletas. Ellos iban siguiéndome, en silencio, separados solamente por la distancia entre lo real y mi mundo.
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