La abogada

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      Como abogado exitoso, se pasaba de lunes a viernes entre una multitud de gente, ya sea en su inmensa oficina que poseía sobre la av. Libertador, como en los tribunales federales de la ciudad de Buenos Aires.

 

Había heredado recientemente de su padre, una vieja cabaña frente al mar del solitario balneario de Oriente, la que decidió visitar con la excusa de que seguramente necesitaría algunas reparaciones, pero también con el deseo de descansar unos días, para salirse de la tensión que significaba representar siempre, casos de extrema importancia.

 

Pero este viaje no lo quería hacer solo, y como siendo un codiciado soltero de treinta y ocho años no le faltaban candidatas para la para realizar esta travesía, decidió programar el viaje para la próxima semana.

Así fue como revisando su agenda, decidió en primera instancia consultar a sus amigas y conocidas que él dudaba si aceptarían fácilmente, postergando a aquellas que consideraba que aceptarían sin titubear.

 

Pero fue sorpresa encontrarse con el consentimiento de la segunda señorita a la que llamó. Una hermosa abogada de veintisiete años a la que siempre cruzaba, tanto en tribunales como en los habituales bares que siempre concurrían los letrados de mayor importancia.

Hasta ese momento solo habían tenido un encuentro amoroso hacía ya tres meses, tras lo cual mantuvieron una especie de amistad, con la promesa siempre latente de una próxima salida, y esta era la ocasión mas adecuada. Inclusive él siempre había deseado tener una relación mas acentuada, pero ella nunca lo dejó avanzar en ese sentido.

 

Esa tibia mañana de abril lo recibió con algunas sorpresas. Esa impactante mujer lo deslumbró más que nunca. Los besos y caricias recibidos en el viaje serían el preludio de lo que vendría, pensó mientras estacionaba su Alfa Romeo frente a la vieja cabaña, y así fue como comenzó el juego apenas traspasaron el umbral.

Algunos besos mas, y ella comenzó a desvestirlo de forma suave y lenta, mientras él se entregaba mansamente. Sin dejar de besarse, llegaron hasta la habitación y ya sobre la cama lo desvistió completamente. Luego le pidió que la espere unos minutos prometiendo volver con un atuendo mas cómodo y con unos tragos para matizar la dulce jornada.

Al regresar, además de lo prometido, trajo en sus manos unos trozos de cuerda con los que comenzó a atarlo de pies y manos a los extremos de la cama. Él extasiado, ya no se negaba a nada y bebió de sus manos, íntegro, el vaso de whisky  sin hielo que ella había traído. En unos segundos, quedó totalmente dormido.

 

Un dolor extremo lo despertó violentamente. Las agujas incrustadas por debajo de las uñas de sus pies, provocaron que un cálido sudor emanase por cada uno de sus poros como si fuesen millones de erupciones volcánicas. Sus gritos se perdían en la soledad de la playa. El sufrimiento se tornaba insoportable.

Acto seguido, unos golpes de electricidad  fueron el preludio a las primeras preguntas que la falsa abogada comenzó a hacerle sobre los datos de los testigos que presentaría la defensa, por él representada, en el caso del frustrado robo a un banco provincial en cuya fuga fueron masacrados por la policía estatal, no solo los delincuentes, sino también los rehenes que estos llevaban como escudo humano.

 

Los restos del abogado fueron encontrados dentro de su automóvil importado, al costado de una ruta poco transitada de la zona, totalmente incinerado.

 

Los tres testigos de la causa, aún siguen desaparecidos.


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