Miraban el cielo, y si hubiesen querido contar las estrellas, seguramente esa noche no habrían podido terminar de hacerlo. El aire estaba diáfano, y el techo del planeta parecía estar cubierto en su totalidad por aquellas lucecitas blancas que salpicaban en perfecta armonía el telón azul oscuro que los cobijaba.
Infaltablemente, sobre un costado del mismo, y como si no hubiere obtenido el permiso necesario para aparecer por completo, la luna asomó su brillante rostro, pero solo en algo mas de su mitad, aunque ese luminoso cuarto creciente fue el corolario suficiente para confundirse en un apasionado e interminable beso.
Luego se miraron dulcemente por horas, esperando el amanecer. Irremediablemente esa noche, se tenían que enamorar.
Como estrella fugaz, esas horas de amor, pasaron velozmente en sus vidas, y casi sin despedida, ese momento inolvidable, quedó fielmente guardado en sus memorias.
Exactos veintinueve años pasaron para volver a reencontrarse, pero esta vez fue la tecnología que los reunió a la distancia. Sus vidas siguieron distintos caminos, pero a pesar de no haberse visto en tanto tiempo, aquellos recuerdos fluían de sus mentes desparramando nuevos deseos en sus cuerpos.
Quizás ahora todo sería cuestión de tiempo, y en un breve lapso, sus respiraciones podrían volver a entremezclarse en un agitado anochecer.
Un solo obstáculo existía entre los dos, y no era la distancia geográfica que los separaban. Una única razón demoraba su encuentro. Aunque él confiaba en encontrar una alternativa a la jugada del destino, mientras ella todavía siguiera casada.
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