Se besaron desaforadamente, como si nunca hubiesen besado a nadie o como si éste fuera el último beso que darían en su vida.
A Roberto no le importó que en medio de la estación ferroviaria de Plaza Constitución los mirasen miles de personas que caminaban con severa prisa por el andén 14 en busca de un lugar para subir al tren que estaba ingresando al mismo.
Tampoco le importó que a esa edad (ambos superaban los cincuenta años) este acto de amor era poco visto y llamaba más la atención a la multitud que se apilaba a su alrededor.
La sensación que sintió tenía que ver más con el hecho de haberse enamorado, que con el engaño que le estaba haciendo a su mujer.
Es que él sabía que éste no era un amor común ni pasajero, y que ya sus sentimientos no tenían vuelta atrás.
Por delicadeza y respeto no solo a su esposa sino también a toda su familia, ya no podría dormir más en su cama matrimonial y tampoco vivir en su casa.
Sentía que su situación no podría ocultarse mucho tiempo mas y sabía que el riesgo a la desdicha familiar que podía causar, estaba a la vuelta de la esquina, y eso no podría perdonárselo jamás.
Todos estos pensamientos, y muchos más, se le venían a la mente en el mismo momento que el beso se prolongaba cual extenso eran sus deseos.
Pasados cinco minutos y con el andén ya casi vacío, se encontraban tomados de la mano pero sin hablar. Solo se miraban a los ojos mientras esperaban la salida de un nuevo tren, ya que el anterior lo habían perdido, que los llevase hasta la localidad de Adrogué en donde ambos se bajarían.
En el trayecto del viaje, a pesar de haberlo realizado parados y apretujados en el medio del último vagón, se siguieron besando apasionadamente como si fuesen adolescentes descubriendo los primeros placeres del amor, pero llegando al destino y solo con la mirada, convinieron en seguir una estación más. Una vez allí se dirigieron hasta la remisería de estación y pidieron un auto, el que los llevó hasta el hotel alojamiento Los Pinos ubicado sobre Camino de Cintura.
Sabiendo que el riesgo de ser visto por alguien conocido en esa zona era casi nula, esa tarde, y por primera vez, hicieron el amor desenfrenadamente durante tres horas.
Roberto nunca lo pensó bien ni tampoco razonó lo que estaba haciendo, pero le gustaba demasiado y gozó cada minuto de este encuentro, desde que se vieron en Capital al salir del trabajo de él, hasta la salida del hotel tomados de la mano para caminar desprejuiciadamente hasta la parada de taxis que se encontraba a tres cuadras de allí.
Pero al bajar del taxi en la estación de Adrogué, esas palabras lastimaron sus oídos y retumbaron en su cabeza hasta hacerla estallar.
- Esto fue solo casual y aquí termina todo. Quiero que esto te quede bien claro. Roberto, esta es nuestra despedida.
Y fue así como Esteban se alejó caminando sin mirar atrás hacia la parada del colectivo que lo llevaría hasta su casa.
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