El color que emana de su piel, es nimia nuble de simplezas y corazones ofuscados en busca de la salvación, de la pureza, del manantial inexhaustivo en el cual se encuentran todas las verdades. Camina hacia atrás lentamente por el pasto atrapado en las sombras, esquivando una hilera de arboles altos que dejan entrever la luz, los vestigios de maleza fúnebre y respiraciones entrecortadas, mirando luego cuanto retrocedió en su andar. Parece cada vez más cerca del bosque en su totalidad y por ahora sin moverse más, en medio del descuido de las ramas, la luz le da de lleno en el torso desnudo, recorriendo cada borde a plenitud. Se extraña del color que ahora emana de su piel: blanco cegador y suavidad relativa, desconocido indicio de calidez. Sus brazos y piernas, aunque llenos de rasguños, corren la misma suerte de curiosidad. Mira esta vez hacia el cielo. Ve en seguida de las pestañas, la grandeza del horizonte, el celestre penetrante del medio día, el sol ensordecedor de sus ojos y su mano que lentamente se mueve para cubrir un rostro predispuesto a enrojecer. Se siente tibia y como un interruptor, acaba con la claridad de vez en cuando y a voluntad. A través de sus dedos entra un racimo de lirios amarillos y uno que otro colibrí, entre los cuales se escabulle jugando a tener taquicardia y a que el color que emana de su piel, con toda normalidad, sea libre y fuera de prejuicios.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales