La noche de Woody Allen parte 2

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Quizás fuera un recurso inteligente utilizar sus conocimientos sobre el cine. Dialogar sobre cine. ¿Te gusta la elegancia de Audrey Herpburn, la sensualidad de Marilyn Monroe, la profesionalidad de Katherine Herpburn, la dulzura de Natalie Cole? ¿Había visto películas como Manhattan, Centauros del Desierto, Los Diez Mandamientos o Casablanca? ¿O quizás prefería éxitos más modernos como Braveheart o American Beauty? ¿Tom Cruise y Eva Longoria?

La sonrisa de beatitud aún no había desaparecido de la faz de Paloma. Había que aprovechar el momento de obsequiosa simpatía antes de que fuera demasiada tarde y solo le quedara otro lamentable fracaso. Tenía que reconocer que en ninguna de las citas anteriores se había puesto tan nervioso e inseguro. ¿Sería quizás a causa de las grandes expectativas causadas?

Paloma se llevó el vaso a la copa y bebió tranquila de ella. Después volvió a colocar el vaso en su lugar correspondiente de la reducida mesa. Parecía estar abierta a cualquier comentario. Esperando paciente su entrada puesto que ella no lo había hecho. Puede que él tuviera algo más interesante que decir.

Pero transcurrió el tiempo y no tuvieron nada que decir. Alberto atribuyo aquel distanciamiento al ambiente que les rodeaba, que lleno de jóvenes anhelando una noche de pasión, abarrotaban la extensión del local, haciéndoles creer que estaban fuera de lugar. Adultos en un lugar de niños.

Entonces, haciendo un acopio de valor considerable, Alberto se inclinó hacia ella y , le sugirió a Paloma que podían acudir a su casa, un apartamento muy bien provisto, para pasar una velada más cómoda.

Esperaba que Paloma no encontrara ninguna insinuación sexual en su propuesta. Aquel factor podía trastocar los planes que tanto organizaron de manera preocupante. Paloma había dejado bastante claro en el chat que no buscaba los típicos “rollitos sexuales” que muchas parejas practican y que tan desprovistos parecían de seriedad. Encuentros ocasionales, sin ningún compromiso que morían al llegar el día y en los que Paloma, que buscaba algo serio, tan poco creía.

Pronto abandonaron el oscuro local, se entregaron a la frialdad de la noche que les recibió con una ráfaga de frio e instantes después se acomodaban en los asientos delanteros del coche.

El trayecto continuo siendo igual de silencioso. Alberto pensaba que algo no acababa de ajustarse a las piezas dispersas, quizás porque su forma era distinta o algo así y eso le generaba una inquieta sensación de inseguridad que dominaba todos sus impulsos.

Esperaba que el responsable de ese mutismo no fuera debido a su temida torpeza o toda la cita se podía dar por fallida, aunque también era posible que quizás ella estuviera esperando el momento oportuno para hablar y pensara que el apartamento era el lugar idóneo para hacerlo. No había que sacar conclusiones tan apresuradas hasta no haber más tiempo para comprobar el desarrollo de los acontecimientos…Quizás ella también experimentase la misma inseguridad.

A medida que el vehículo avanzaba por las desérticas calles de la ciudad, Alberto recordaba cada parte del itinerario con una precisión inigualable.

El descampado donde jugaba al futbol con sus amigos, siempre y cuando las vecinas se lo permitirán, pues consideraban aquel terreno suyo y salían de las puertas de sus casas dispuestas a echarte a gritos…la primera vez que le beso una chica, así cuando tendría sus quince años mozos y la sensación de rubor y avergozamiento que acompañaba a este, como si hubieras sido capaz de invadir un lugar que no te corresponde invadir porque pertenecía a otra persona

Llegaron al edificio. Durante el lento ascenso del reluciente ascensor, el mutismo prevaleció. No abrió la boca ni en un solo instante ¿Es que no tiene ningún tema de conversación o pretende ignorarme todo el tiempo? se preguntó Alberto encolerizado pensando que todos los pasos previos a la cita habían constituido una pérdida de tiempo. Podía haber estado viendo la televisión o leyendo un libro, en vez de tanto teclear en Internet. Me he equivocado de persona, he vuelto a cometer un error, se lamentó entristecido. Podía haber ido al cine o encerrarse en casa para disfrutar de una de las películas de su nutrida colección. Parecía que la suerte en el mundo de las relaciones le esquivaba continuamente.

 Abrió la puerta del apartamento, esperando conseguir impresionarla con su aspecto. Como buen cinéfilo que se precie, el salón estaba decorado con numerosos carteles de cine, abarcando todo tipo de películas, desde el género del drama hasta el de aventuras. Y por supuesto, no podía fallar las referencias evidentes a su héroe cinematográfico: Woody Allen.

Le pidió a Paloma que se sentara, que parecía encontrarse más cómoda y mientras lo hacía y se liberaba del bolso poniéndolo a un lado Alberto acudió a la cocina integrada en el salón para prepararle un refrigerio.

-Tienes una casa bonita. Si vieras una de las de mi ex. Era una autentica pocilga. Todo lleno de restos de comida y tabaco. Los ceniceros estaban llenos y cuando los tiraba, lo hacía por la ventana, para manchar a la gente que iba por debajo-.


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