Miraba absorto, no daba crédito a lo que estaba observando, con los ojos desorbitados, no podía parpadear, no podía dejar de mirar fijamente, no me lo creía.
Las perlas bajo mis cejas, irradiaban rayos de luminosidad semejantes a los destellos de una estrella.
A mi cara le cambió la expresión y un gesto se dibujó en ella, similar a la tierna sonrisa de un payaso, al mismo tiempo que me sentía contrariado, pero feliz, muy feliz.
El corazón empezó a palpitar a la velocidad de la luz y la sangre fluía por mis venas como torrente de agua.
La cabeza me daba vueltas como si fuera una peonza que no sabía parar.
Mi mente se relajó y se empezó a embriagar de una cuerda locura.
Sentí que la paz me envolvía, pero no deseaba quitarme el lazo que cerraba el regalo que me mantenía preso.
Miraba fijamente, sin vacilar, con dulzura, incredulidad, serenidad, bullicioso de alegría y felicidad.
Porque delante de mí...
Estabas Tú.
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