¡ Adiós Lucila !

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Tenía sus ojos clavados en él. Pasaron varios minutos y lo seguía mirando intensamente, pero no todos podían notar que su mirada traspasaba la barrera de la amistad para transformarse en una mirada de amor, de pasión, de deseo.

 

Lucila no lo disimulaba pero Ramón notoriamente esquivaba sus ojos y cambiaba de conversación a cada momento pues su nerviosismo comenzaba a traicionarlo y mirando constantemente a Nora, su mujer, veía que ella no se percataba de la situación.

 

Todos en aquel pequeño pueblo rural sabían de la fuerte y antigua amistad que existía desde muy pequeños entre Enrique y Ramón.

Habían pasado todas las etapas de estudios juntos, desde el primer grado en la vieja escuela primaria del pueblo, hasta el fallido intento universitario, que ambos abandonaron en el segundo año de la carrera de medicina, cuya travesía por la ciudad capital, había terminado de afianzar su amistad.

 

Pero en esa fiesta de fin de año, que como siempre organizaba la sociedad rural de aquella localidad, Ramón estaba dispuesto a terminar con esta situación ya que sabía que Lucila no se detendría hasta encontrar lo que buscaba, como siempre lo había hecho a la luz de todo el pueblo.

 

El beso que Lucila le había dado a escondidas esa noche al llegar al lugar, le estaba carcomiendo las entrañas, pues siempre sintió deseos por ella, los que mantenía ocultos y reprimidos por respeto a su fiel amigo.

La cena pasó rápidamente; Ramón parecía tener la mente en blanco, pero con las campanadas de medianoche, llegó la hora del brindis.

Ahora, el que no le sacaba la vista de encima, era Enrique, su viejo amigo.

Todos levantaron las copas y comenzaron los saludos, besos y abrazos.

Al unísono se escucharon los primeros estruendos de pirotecnia, y en unos segundos el ruido era ensordecedor, pero los fuegos artificiales atrapaban la atención de todos.

 

Los amigos se perdieron entre la multitud mientras los estallidos se seguían escuchando cada vez con mayor intensidad.

En medio de lo que parecía más un bombardeo que un festejo de fin de año, los disparos pasaron desapercibidos.

 

Recién al amanecer se encontraron los cuerpos sin vida de Enrique y Ramón, tiesos, con una pistola Beretta9 milímetrosen cada una de sus manos derecha y un papel en cada mano izquierda.

Cada trozo de papel escrito con su letra propia decían lo mismo:

 

  Feliz año nuevo y ¡Adiós Lucila! 


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