Corrió al ladrón desaforadamente. Lo poco que le había sacado no valía la pena tanto esfuerzo, pues el celular que le quitó de entre sus manos en un veloz arrebato, era viejo, muy usado, y ni siquiera tenía agendado datos de real importancia.
Pero el hecho de haberlo visto un minuto antes salir corriendo de una
heladería próxima a la parada de autobuses en donde él se encontraba, lo hizo percatar de que también ahí había robado.
Este hecho motivo más aun su furia, por no haberse dado cuenta en ese instante y evitar así el disgusto.
Ya con su último aliento, y después de cuatro agotadoras cuadras de persecución, y habiendo eludido cientos de obstáculos, pudo alcanzar al joven de no más de veinte años.
Ambos cayeron en la acera y después de un breve forcejeo, pudo dominar al veloz delincuente, que tanto lo había hecho transpirar.
En ese instante supo con sorpresa, que el joven le resultaba más que conocido, y mirándolo fijamente a los ojos, le dijo:
- ¿Beto, sos vos? ¿Qué mierda haces en mi zona?
- ¡Nada, nada Juancito! Respondió Beto.
- Solo vine a lo de mi primo el Cacho y aproveché el viaje. Pero te juro que no sabía que eras vos. ¡Perdoname, perdoname!
- Bueno, no te hagas problema. Dame todo lo que tenes y desaparecé.
Le ordenó Juan en tono más que agresivo. Y a continuación finalizó diciendo.
- Y no te hagas el boludo(*), porque le digo al Cholo que estás en nuestra zona y no vas a poder laburar más por un buen tiempo. Ni acá, ni allá.
(*) Idiota.
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