Sin aliento
Despierto, sin abrir los ojos me pregunto dónde estoy. Alguien o algo me ha despertado, en un primer instante no logro saber que pasa hasta que algo noto. Una agradable sensación recorre la parte inferior de mi rostro. Lo tengo, son ellos, esos malditos labios imantados. Ella, siempre ella, notando su aliento logra que mi cuerpo amanezca de repente. Sus labios rozan con los míos como caricias de terciopelo provocando un juego de confusiones inexactas.
Empiezan a jugar como niños traviesos, como un vaivén logarítmico, como un vals posmoderno... Mientras los niños juegan, nuestros alientos forman un torbellino de sensaciones, de pensamientos casi líricos. Nuestros órganos olfativos se unen a la coreografía improvisada, tanto que harían enrojecer al mismísimo David el gnomo.
Aún sin lograr abrir lo ojos, su mano recorre mi lado izquierdo del rostro como si de un intrépido aventurero se tratase buscando un lugar dónde acomodarse. Ahora si, mis parpados dicen basta y deciden replegarse. Allí están... Esas dos puertas al infierno, a lo desconocido, a lo imprevisible, al paraíso y la locura, a la misma vida color miel. Los tengo anclados a mi corazón, los acompaña un esbozo de sonrisa, es la imagen de una diosa...
Mientras nuestros mundos se unen, mi mano se encuentra con la suya y decido agarrarla casi como si de mi propia vida se tratase, un tesoro entre fortunas. Su otra mano aún en mi cara decide cerrarme los ojos con un suave movimiento. Mi luz se apaga y vuelvo a estar en la más absoluta oscuridad. La situación se vuelve interesante y excitante. Casi sin darme cuenta sonrío. Ella hace lo propio, me doy cuenta porque logro oírla, muy pícara.
El intrépido aventurero decide pasearse una vez más. Esta vez con un paso más pausado, marcando el territorio hasta llegar al cuello. Sus labios deciden recorrer el mismo camino, dando pequeños saltos mientras yo me dejo transportar al Edén, dónde las sensaciones dejan paso al placer. Y en mitad apareció aquel momento mágico, aquel que no avisa, que llega para sorprenderte, para que tu corazón retumbe, para que tu cuerpo se estremezca.
Algo que tiene lugar en multitud de lugares a lo largo del espacio y el tiempo. Una holofonía fantasmal y a la vez tan embelesadora capaz de tanto que asusta hasta al más insensible de los hombres. Dos palabras que contienen tanto en tan poco...
El sonido fluye desde su garganta pasando por sus cuerdas vocales cual sonido zarpa de un arpa al tocarse sus delicadas cuerdas...Un susurro.
Un te quiero.
Nada más... Luego un latido, uno solo...
¿És mi corazón?¿És el suyo?
Que más da, para cuando puedo darme cuenta ya estamos enfrascados en una terrible batalla, enroscados el uno al otro como si de dos anacondas apareándose se tratase. Y nuestros corazones tocándose pecho con pecho atraídos el uno por el otro por gritos en forma de latidos.
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