la letra de mi canción
Por Galaecia
Enviado el 28/09/2013, clasificado en Amor / Románticos
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Yo temía a lo desconocido. Un quirófano frío y solitario me esperaba una vez cruzado aquel largo pasillo. Tu apretabas mi mano con fuerza. Apenas podía ver el rostro que se ocultaba tras una mascarilla. Nunca pensé, que la mano de un extraño, podría transmitir tanta calma interior. Mientras un sueño espeso invadía mi realidad, ese rostro casi imaginario también desaparecía, yo luchaba con las pocas fuerzas todavía no consumidas para que la luz de sus ojos me estuvieran viendo. Luego todo pasó a cámara lenta. Sentí mi cuerpo ligero como una pluma y me elevé hasta tocar con la cabeza en el techo. Observé mi propio yo, ese pedazo de carne extendido sobre una fría camilla. Bajé para observarme de cerca, hasta me pellizqué para despertar, pero nada funcionó. Al otro lado del cristal un joven golpeaba con furia sus puños contra la pared, a mis pies encontré una mascarilla, heché la mano para agarrarla pero fue inútil. seguí caminando descalza hasta la puerta, el pomo no se abría. Una chica acababa de atravesarme por la mitad y no sentí dolor alguno. Desde ese mismo lugar me vi por última vez. Comprendí entonces, que mi vida había llegado a su fin. Esperé, hasta que algún ser humano de aquella sala, abriera la maldita puerta. Me acerqué a él e intenté acariciar su pelo. Quería gritarle que no fue su culpa, que no se rindiera.Las siguentes horas me pegué a él como una garrapata a su perro, descubrí sus más grandes intimidades en el interior de un viejo vestuario, le acompañé de vuelta a casa, conté las botellas de whiski barato consumidas una a una y le canté al oído mi mejor canción. Horas antes, cuando sacrificó su vida para salvar la mía. Yo no sabía que era médico y que mi último suspiro sería suyo. Lo único que buscaba, era un poco de paz en medio de la tormenta. Con mi guitarra a cuestas me senté en lo alto de un monumento, el mundo desde allí arriba era pequeño, podía guardarlo entero en mi bolsillo. Un dispositívo de la policía y una ambulacia me esperaban abajo, rodeados de chismosos. No era la primera vez que me ocurría esto. Mi psícologa siempre decía que si luchaba contra mis fantasmas saldría vencedora, ¡mentía!, ellos siempre estaban acechando, ahogando mi libertad, matando mis pensamientos. Tomé la decisión acertada, pero no tuve en cuenta el dolor que podía causar en los corazones de otra gente. Mi labor ahora, es encaminar a este joven, a reanudar su vida, para que los fantasmas que le culpan, no se apoderen de él, como lo hiceron conmigo.
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