Duele.

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A veces, está bien llorar. Y eso era precisamente lo que estaba sintiendo Daniel. Aquella sensación le hacía sentir bien, pero a la vez le recordaba su dolor. Nunca antes había llorado tanto como aquella noche, y mucho menos por un motivo tan concreto: ella. 

Todo había empezado un año atrás, en aquella pequeña discoteca de la ciudad. Ella bailaba en una tarima, y él, tímidamente, la observaba desde abajo mientras comentaba con sus amigos "lo buena que estaba". Iria era muy atractiva, era cierto. Tenía los rasgos de la zona eslava de Europa; rubia de ojos claros, y con un físico bien moldeado. 

-Es guapa, ¿verdad?-oyó el chico a sus espaldas. No pudo reconocer la voz, no sabía de quién era. ¿Cuánto tiempo había estado mirando a la chica? No lo sabía, pero se maldecía por ello.

-¿Perdón?-dijo él. Creía haber entendido bien la pregunta, pero quería asegurarse. 

-Digo... Que esa chica, la del vestido azul que está bailando en la tarima... ¿Te parece guapa? 

Dani apenas podía distinguir el rostro del que provenía la voz. Las luces de la discoteca iban y venían, la música estaba demasiado alta, y tenía que gritar demasiado para poder comunicarse. No quería mentir, aquella joven era la más guapa que hasbía visto nunca, pero tampoco sabía si debía contestar con sinceridad. 

-Bueno- una risa tímida se escapó de entre sus dientes- Cualquier hombre con dos dedos de frente te diría que sí. ¿La conoces?

La chica rió. Era exactamente la respuesta que estaba esperando. 

-¿Que si la conozco?-ahora la que rió fue ella-es mi hermana, y se llama Iria. Ven, quiero presentártela. 

Por un momento, un pánico infantil invadió el cuerpo de Dani.

-No, no, de verdad, no te preocupes, no quiero ser una molestia, me conformo con mirar desde aquí... 

-¿Molestia? Nunca había visto a ningún tío mirar a mi hermana con esa cara. 

-¿Con esa cara? Perdona, pero es la única que tengo-dijo Dani intentando romper la tensión de momento. Estaba realmente nervioso. 

-La miras con cara de querer hacerla feliz, y no de querer follártela. 

Aquella contestación pilló totalmente por sorpresa a Dani. La chica que le había hablado también era bastante guapa. "Cosa de familia" pensó. 

Y después de aquella noche, vinieron muchas más, pero en todas ellas estaba Iria ahí, a su lado. Se sonreían, se abrazaban, se besaban. Se querían. No podían ocultarlo, o tal vez, no querían disimular lo felices que eran cuando estaban juntos, cuando notaban que nada más en el mundo importaba. Sólo ellos dos.

Pero ahora todo aquello había acabado. Él la había decepcionado, y ella no había sabido perdonarle. Quizá la monotonía tuvo parte de culpa en aquella discusión. Se habían dicho las peores cosas que habían encontrado en su amplio vocabulario, habían roto todas las promesas que se habían hecho, y habían decidido no volver a verse nunca. Dani se había dado cuenta de que el amor duele más que cualquiera de las enfermedades del corazón, más que cualquier bala perdida atravesando la piel de un inocente, más que ver llorar a una madre. Y allí estaba él, abrazando la almohada, imaginando tenerla entre sus brazos, mientras rompía el mito de que los hombres nunca lloran. 


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