Me cambió la vida (Segunda parte)

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Finalmente, llegamos a la casa. Entramos sus maletas y la conduje a la que sería su habitación que, igual que la mía, se encuentra en la planta alta.
- Tío, me encanta este cuarto.
- Me alegro, pero ahora voy a pedirte que dejes de llamarme tío, decime solamente Juan, a secas. Lo de tío me hace sentir un poco
viejo.
- Pero, no, tío... perdón, Juan, si ya te dije que se te ve muy joven. Y
pintón, además, ja ja.
Su sonrisa, mostrando unos dientes parejos y blancos, provocaron en mí otro escalofrío.
- Gracias por el cumplido,- le dije.
- No es un cumplido, Juan, es verdad. Y ahora quisiera recorrer toda la casa.
Y, tomándome de la mano, me condujo como si fuera yo el huésped y ella la anfitriona.
Al llegar a la cocina, se detuvo a mirar todos los detalles y dijo que era una experta en el arte culinario (no pude menos que reírme al notar a donde me había llevado mi imaginación ante tal término).
- Vas a ver los ricos desayunos y las cenas que te prepararé. Ya no tendrás que preocuparte por eso de ahora en adelante.
Eso me provocó un nuevo escalofrío y sentí en mi cerebro una señal de alarma.
Siguió guiándome por el resto de la casa, pasamos por el comedor, donde alabó el mobiliario, y de allí al living, donde hay un gran hogar a leña. Frente al hogar tengo una gran piel de oso en el suelo, luego una amplia mesa ratona de cristal y, frente a ésta y mirando hacia la chimenea, un gran sillón de cinco cuerpos, con otros dos de un cuerpo a cada lado.
A un par de metros detrás del sillón grande, hay un desnivel de
aproximadamente un metro de profundidad y una superficie de unos cuatro metros por cinco, en uno de cuyos extremos hay colocado un gran televisor, una video y un escaparate donde guardo una vasta colección de películas, mientras que en el otro extremo frente al mismo un amplio y mullido sillón en forma de U que ocupa todo a lo ancho.
Al ver esto, Mercedes exclamó:
-Yo vine a Buenos Aires a estudiar. Pero, toda esta maravilla me hará muy difícil salir de la casa. Cómo voy a disfrutar!. Pero, vamos a seguir recorriendo el resto de esta mansión.
Y, sin soltarme de la mano, me condujo hacia las grandes puertas de vidrio que dan al jardín.
En el jardín, hay, además de los consabidos árboles y plantas, una gran piscina y un quincho con parrilla, donde suelo hacer el asado para mis circunstanciales visitantes.
Al ver la pileta, Mercedes exclamó:
- Esto era lo que faltaba para decir que tu casa es perfecta, Juan. Voy a poder mantener el tostado de mi piel y podré hacer mis rutinas de natación que son tan necesarias para mi cuerpo. Acá ya tengo todo. No sé cómo harás para deshacerte de tu querida sobrinita.

Nuevo escozor en mi cuerpo. Y esto aún no había comenzado. Preveía días duros para mí en un futuro cercano.
Después de esa visita guiada, Mercedes se excusó y dijo quería tomar un baño y luego descansar un poco pues el viaje y las sorpresas recibidas la habían agotado.
Yo le dije que nos juntábamos luego para salir a cenar a lo que ella se mostró muy complacida.
Me encerré en mi habitación con el propósito de dormitar un rato, pero me fue imposible conciliar el sueño. Debo hacer un esfuerzo, pensé, no es más que una niña y, además, mi sobrina. Déjate de boludear, Juan,  y compórtate como el hombre responsable que eres.
En ese momento me hice la firme promesa de alejar todo mal pensamiento de mi cerebro.
Cuando nos juntamos al cabo de un par de horas para salir a cena, ella se había puesto un vestido acampanado más bien largo, sin mangas, y con un escote no muy pronunciado que sólo mostraba el comienzo de las redondeces de sus pechos y el nacimiento del surco que se formaba entre ellos al ser apretados por su corpiño. Se notaba el esfuerzo que esa prenda hacía para sujetar tanto contenido. Era un vestido sencillo y discreto, pero no podía disimular tanta belleza.
Fuimos a un tranquilo restaurante y, mientras comíamos, tratamos de ordenar los planes que ella tenía para sus actividades. Me pidió que le explicara cómo hacer para llegar al instituto pues al día siguiente debía presentarse para confirmar su vacante. Yo le di el número telefónico de una agencia de remises para que se manejara con ellos. Le expliqué que en mi empresa teníamos un abono mensual con esa agencia de autos que ponía a nuestra disposición su flota. Es más barato y más cómodo moverse de esa forma que
mantener una flota de vehículos en la empresa, ya que los directivos suelen andar de reunión en reunión y necesitan movilizarse continuamente, evitando de esa forma el tener que andar lidiando con el tránsito y los estacionamientos.
También le ofrecí instalarle una computadora en su habitación, ya que suponía que la necesitaría para sus estudios (entre otras cosas estudiaba inglés y francés).
Ella se negó a aceptarlo y me dijo que, como ella estudiaría en las horas en que yo me encontraría trabajando, bien podía usar la que hay en mi estudio durante mi ausencia.
Pensé que tendría que revisar el contenido de mis archivos para evitar que ella pudiera encontrar algo inconveniente en ellos. Nunca antes había compartido mi PC, así que no me había preocupado en esconder ciertas cosas.
Regresamos a casa no muy tarde y, luego de un cándido beso en la mejilla, nos retiramos cada uno a su habitación.
Alrededor de las 2 de la madrugada, me desperté con deseos de tomar un poco de agua fresca, a causa de lo picante que había sido la comida.
Me dirigí a la cocina tratando de no hacer ruido y sin encender las luces.
Al llegar junto a la puerta percibí un resplandor. Era la luz de la heladera que tenía la puerta abierta y frente a ella, de costado, se encontraba Mercedes que había bajado con la misma intención.


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