Me cambió la vida (Tercera parte)
Por juan krause
Enviado el 02/10/2013, clasificado en Adultos / eróticos
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Llevaba puesto un camisón transparente que le llegaba a la mitad del muslo.
A trasluz podía ver el contorno de su cuerpo totalmente desnudo. Era el cuerpo de una diosa. Con unas caderas que resaltaban aún más por la estrechez de su cintura. Los pechos eran inmensos. Redondos. Con los pezones apuntando hacia arriba. Al vaciar su vaso de agua levantando la cabeza, el cuerpo se curvó hacia atrás haciendo que su busto se irguiera aún más. En ese momento, sentí una oleada de deseo intenso y un cosquilleo en mi entrepierna. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, reprimí mis impulsos y regresé a mi cuarto sin que ella notara mi presencia. No hace falta que
comente cuanto me costó recuperar el sueño.
Alrededor de las 8 de la mañana, sentí cosquillas en las plantas de los pies. Abrí los ojos y ahí, junto a mi cama, estaba parada ella riendo.
- A levantarse, dormilón. Te traje el desayuno a la cama. Buenos días.
Tomó la bandeja y la colocó sobre mi falda. Estaba cubierta con una gruesa bata que se entreabrió al inclinarse al darme un beso en la mejilla. Pude ver, por primera vez, la mitad de uno de sus pechos que colgaban por la falta de sujetador. Vi esa voluptuosidad de carne tersa y blanca, e imaginé la suavidad que tendría al tacto.
La bandeja del desayuno ocultó la inmediata reacción de mi miembro.
Sólo atiné a decir:
- Buenos días, Mercedes. Espero que hayas dormido bien en tu primera noche en casa. Te agradezco el desayuno, pero sería conveniente que, en lo sucesivo, lo tomemos juntos en la cocina. No quisiera malacostumbrarme. Lo extrañaría demasiado el día que te fueras.
- En una de esas no me voy más y me quedo a vivir con vos para siempre. No te gustaría?
No supe qué contestarle. Sólo atiné a elevar mis cejas y esbozar una
sonrisa. No quise imaginar las consecuencias.
Ella se irguió y me dijo:
- Puedo curiosear un poco por aquí?
Ante mi silencio, que interpretó como de aceptación, entró en el cambiador, que es bastante amplio y la perdí de vista. Sólo escuchaba su voz haciendo comentarios sobre la variedad y modelos de mi ropa. Al rato, apareció nuevamente y se encaminó al baño. Oí como examinaba los frascos y luego me decía, como sorprendida: - Tienes un jacuzzi. Qué bueno
- Cuando quieras, puedes usarlo. No hay problema.
- Te tomo la palabra. Ya lo voy a disfrutar de lo lindo.
Terminado el desayuno, me levanté de la cama y, tomándola suavemente del hombro, la conduje hacia la puerta, diciendo:
- Bueno, es hora que nos preparemos para cumplir con nuestros deberes. Ya se me está haciendo un poco tarde. Seguiremos la charla cuando volvamos.
Dicho lo cual, cerré la puerta de mi habitación y me dispuse a bañarme.
Una tupida agenda me obligó a permanecer en mi oficina hasta altas horas de la noche los días posteriores a la llegada de Mercedes a casa.
Así que, cuando llegaba, ella ya estaba durmiendo. Sólo encontraba mi cena servida y una nota donde se disculpaba aduciendo que el trajín de su nueva actividad y el tener que madrugar al día siguiente le impedían permanecer despierta para recibirme. Solamente un par de días nos cruzamos por la
mañana con el tiempo suficiente para saludarnos antes de que ella saliera rumbo a sus labores.
El miércoles de esa primera semana, tuve que realizar un viaje al interior del país para participar de una reunión de trabajo imprevista y nuestra relación sólo se limitó a esporádicos y formales llamados telefónicos para saber cómo se encontraba. Mi mente en esos momentos no se ocupaba más que de mis asuntos laborales libre de toda interferencia. Seguía funcionando con total libertad y claridad.
Regresé el viernes por la noche. Mejor dicho, las primeras horas de la madrugada del sábado.
Al entrar en la casa, que se hallaba a oscuras, oí el sonido del televisor y me dirigí hacia él tratando de no hacer ruido. Entonces, la vi. Estaba dormida de lado a lo largo del sillón. En el suelo estaba caída una liviana manta. Me acerqué para recogerla y pude observar su figura iluminada por el reflejo de la pantalla. Los multicolores rayos bañaban su cuerpo de matices cambiantes como en una danza de colores que luchaban por poseerlo.
Me quedé petrificado ante la visión que se presentaba ante mis ojos. Tenía puesto un ligero y corto camisón transparente que se le había subido por sobre los muslos, dejando al descubierto unas piernas largas y bien torneadas. El escote se había ladeado mostrando uno de sus pechos casi en su plenitud y descubriendo el nacimiento del pezón.
Permanecí inmóvil ante esa efigie, recorriéndola con la vista de un extremo al otro, sin saber dónde detener mis ojos, durante varios minutos que me parecieron horas.
Silenciosamente, me acuclillé, acercando mi cara a su busto. Con una de mis manos, húmeda de transpiración, corrí delicadamente la tela del escote hasta dejar en libertad todo el pezón. La areola era pequeña y su color rosado contrastaba con el blanco lechoso de su pecho. Se asemejaba a una cereza
sobre un postre de crema.
Sin pensar en lo que hacía, comencé a soplar suavemente ese apetecible botón. A cada soplido, el pezón iba endureciéndose e irguiéndose como saliendo de su letargo.
Mis sienes latían como siguiendo el ritmo cada vez más acelerado de los latidos de mi corazón. Acerqué mis labios entreabiertos sintiendo la necesidad de saborear ese néctar que estaba tan cerca. Fue en ese momento que Mercedes giró la cabeza y, en un movimiento automático, con una mano
acomodó su camisón, cubriendo el seno desnudo, aun con los ojos cerrados.
Instintivamente, cubrí su cuerpo con la manta que había retenido en una de mis manos al tiempo que ella abría los ojos como sobresaltados. Al verme, se tranquilizó y sonriendo como entre sueños me dijo - Gracias. Y subió la manta hasta la barbilla, cerró los ojos y siguió durmiendo plácidamente.
CONTINUARÁ........
Si alguna niña desea ser adoptada por mí como mi sobrina, escríbame a fjjcogh@yahoo.com.ar
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