El enfrentamiento estaba planteado, ya no había vuelta atrás. Si bien muchos de los dos bandos éramos amigos, el destino quiso que nos agrupáramos en lados opuestos y que las envidias por las conquistas obtenidas por cada uno de nosotros, terminase por dividirnos y crear esta rivalidad que nos llevó a este peligroso encuentro pactado de antemano.
Las edades de los dos grupos promediaban los doce años, pero parecíamos pandilleros mayores de edad ya que concurrimos al lugar de encuentro con cánticos hostiles que de cada lado entonábamos casi con un brío injustificado, pues en realidad ninguno de los aproximadamente veinte chicos allí presente, teníamos algún real motivo para haber llegado a crear tanto rencor.
Y así, sin una palabra de por medio, y una vez puestos en formación, cara a cara, mirada contra mirada, fuego contra fuego, y con los corazones simulando taquicardias prematuras, casi sin poder tragar siquiera saliva, comenzó el partido que nos marcaría para toda la vida.
Aquel en el que Los tigres le ganamos a El Rayo4 a0 bajo la lluvia en la placita de Glew, y el cual, nunca jamás tuvo revancha.
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