Trago final

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Estaba en condiciones de pedir lo que quisiera. Paradójicamente hasta podía abusar de mi condición y hacerme preparar el mejor banquete imaginable. Y así lo hice, no desaproveché esta oportunidad que seguramente no se me iba a repetir jamás. Inclusive me hice traer a la mesa comidas que apenas había oído nombrar pero que no tenía idea de cómo sabrían, ni siquiera de si me gustarían por más exóticas y refinadas que pareciesen, ya que mi paladar era tan ordinario y convencional como el de un mismísimo linyera.

 

Pero especialmente me ocupé de solicitar una botella del mas fino y añejo vino Frances, del que tampoco conocía siquiera su etiqueta, pero del que siempre me había prometido que sería el gusto más preciado que me daría algún día, y así fue entonces, que sin reparo alguno y con voz firme e imperativa, completé mi menú con  un extravagante Laurent Perrier Rosé, que como decían los expertos, era ideal para acompañar platos de carnes blancas como pescado y aves, así también como caviar, verduras, quesos curados etc. y como lo esencial de mi menú de este día consistía básicamente en mariscos, algún que otro molusco, el famoso caviar y otras yerbas, me decidí firmemente a destapar la botella recién depositada sobre la mesa. Sabía que no era de los más caros ni conocidos de los vinos, pero para mí ignorancia, era más que suficiente.

 

Serví la copa hasta poco menos de un cuarto, tal como lo había visto en el canal Gourmet que se debía hacer, y así, siguiendo esos pasos aunque en forma torpe e imprecisa, levanté la copa y la balanceé lentamente para observar su color, luego la arrime a mi nariz y levemente aspiré impregnando con su aroma mis sentidos olfativos, el cual me impactó por ser la primera vez que lo hacía, y finalmente mojé mis labios y mi lengua y dejé que el líquido vital invadiera mis papilas gustativas.

El resultado fue impensado, nunca imaginé que se podía sentir un placer semejante con tan poco. Me apresuré a servirme mas, aunque esta vez llené la copa casi hasta su límite, e inmediatamente comencé a probar algunas de aquellas exquisiteces que me habían servido comenzando por una especie de canapé de caviar o algo así, y como me gustó tome una cucharita y la llené con mas caviar que había en un recipiente y me lo imbuí  guarangamente.

 

Y así pasaron por mi paladar algunas ostras, langostinos, salmón rosado y algunas finas verduras a las que nunca había visto presentadas de esa manera, hasta que mi leve apetito se fue calmando, el que decidí no satisfacerlo por completo dejando así la necesidad de completar mi estómago con una última porción.

 

En este caso no sería un último bocado sino que este finísimo vino costoso ocuparía el lugar de algún alimento. Ni siquiera pensé en un postre.

Bebí lentamente pero sin pausa alguna. Cada trago bajaba por mi garganta quedando el sabor dentro de mí para el resto de  mi vida, o lo que queda de ella.

 

- ¡Ahora sí guardia! Ya estoy listo para la inyección letal.

  


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