RECUPERAR LA ESPERANZA II - Volver a Ilusionarse
Por Franki Costello
Enviado el 12/08/2012, clasificado en Drama
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Una vez que el autobús reemprendió su marcha, Manuel, comenzó a darse cuenta de que no se encontraba a gusto, no estaba cómodo. En su interior, quizás el subconsciente, le advertía de que algo podía estar a punto de producirse. Lo percibía, lo intuía. Estaba casi seguro de ello. Era una extraña sensación que, por otra parte, no le resultaba ajena en absoluto. Una percepción similar, ya la había experimentado anteriormente, durante su investigación y posterior lucha por recuperar a Isabel, para traerla a casa, a su verdadero hogar, donde estaba su sitio, junto a él y al hijo que ambos esperaban.
La niña de los tirabuzones, la chica de la túnica que sabía su nombre, la marcha precipitada de esta, el olvido de su porta-folios, hecho que a ella no parecía haberle importado, Nada de aquello le encajaba para Manuel, nada tenía sentido. ¿Estarían relacionados entre sí cada uno de estos acontecimientos?. ¿Habría algún nexo de unión entre ellos?. ¿Serían simples coincidencias?. O, ¿ Tal vez fueran el presagio de que algo asombroso estaba próximo?. Todas estas y muchas otras dudas se las planteaba Manuel. Demasiados interrogantes. La verdad, comenzaba a tener miedo. Estaba asustado.
De pronto, un pensamiento le sobresalta;
con un cierto grado de agobio y de temor, se da cuenta. Se había olvidado de algo
.
- ¡Maldita sea!. ¿ Y el porta-folios?.¡Qué estúpido soy!.
Todavía no lo había mirado. Tal vez él fuese la clave para salir de dudas. Quizás ahí estuviese la respuesta a todas esas preguntas. Con valentía, coraje y decisión, debía comprobarlo, debía saber qué escondía, si es que algo escondía. Sin más dilación.
Lo había depositado en el asiento de al lado. Durante unos breves instantes, se quedó observándolo fijamente, sin pestañear. Reflexivo y preocupado pero, a la vez, intrigado. ...A su mente, regresaron muchos temores y desconfianzas que creía que ya formaban parte del pasado pero, en cierto modo, ahora tenía la impresión de que este había regresado y comenzaba a revivirlo. Si así era, Manuel, lo que más deseaba era desquitarse. Esperaba tener la oportunidad de terminar con él, de finalizar lo que tenía inconcluso desde hacía más de cuatro años. Esta vez no se dejaría amedrentar, atemorizar por ese grupúsculo de sectarios, de fanáticos, ni siquiera por su temido líder. El había sido el principal responsable de todo lo que le había ocurrido, incluida la pérdida de su mujer y, muy posiblemente, la de su malogrado hijo.
Estaba decidido, por lo tanto, a dar el gran salto, dispuesto a salir de dudas. Deseaba terminar cuanto antes con aquello que tenía pendiente, y que, solo con recordarlo, con pensar en ello, le incomodaba enormemente. Por lo tanto, cogió el porta-folios con una gran decisión, de forma brusca, casi violenta.
Durante unos instantes, estuvo aferrado a él con todas sus fuerzas. Vacilante y con gran inseguridad, pero, a la vez, curioso y decidido, lo abrió, pudiendo comprobar que, en su interior, de entre sus hojas, sobresalía una cuartilla doblada. Conteniendo la respiración, con gran cautela pero nervioso, desdobló la hoja, y observó con curiosidad que, en su parte izquierda había varias líneas manuscritas con un bolígrafo de color negro y en su parte derecha un dibujo bastante mal hecho, a lápiz, con varios borrones. En ese momento, su excitación, su inquietud, ibanen aumento. Sujetando la cuartilla con su temblorosa mano, acierta a leer lo que allí estaba escrito: Manuel, no puedo hablar contigo ahora. Quizás me estén vigilando. Vuelve mañana a la parada de autobús.
- ¡Dios mío!. Estaba en lo cierto. No me equivocaba,- pensó muy alarmado -
A partir de ese momento, aquellos sentimientos iniciales de nuestro protagonista, se fueron poco a poco transformando en otros mucho más serios, dañinos y paralizantes: ansiedad, angustia, pánico. Se sentía muy confuso, desconcertado, aturdido. No sabía qué pensar.
Pero, aún fue muchísimo peor, si cabe, al observar minuciosamente y con detenimiento el pequeño dibujo de la cuartilla. ¡ Cómo no lo recordó antes!. ... Al principio, no se había dado cuenta pero, ahora, claramente veía lo que era: el logotipo que identificaba a la comunidad que se había llevado a Isabel. Estaba formado por varios círculos concéntricos y dos triángulos en cuyos lados se representaban algunos caracteres pertenecientes al alfabeto cirílico. En el centro, un dragón que simulaba abrazar un globo terráqueo. Debajo del dibujo, lo que parecía un nombre: RANJHAN. A Manuel, todo esto le traía unos recuerdos espantosos, horribles.
En la siguiente parada, nuestro amigo, se apeó y, en vez de ir a trabajar, decidió caminar, dar un paseo para intentar tranquilizarse y meditar en lo que le había sucedido. Durante horas deambuló por la ciudad, tratando de recordar con el mayor detalle y precisión posibles todo lo que, en su día, había averiguado sobre aquella comunidad y sus actividades. Tenía muchas dudas sobre si la forma de actuar por su parte había sido la correcta. Ahora no quería cometer los mismos errores. Su primer objetivo debía ser recuperar a Isabel pero sin hacerse ilusiones. Llevaba mucho sin verla y desconocía lo que ella sentía, lo que quería. También debía informar a la policía. No hacerlo por libre, como en la otra ocasión, poniendo en riesgo su vida y la de su mujer.
La secta era de las llamadas destructivas. Se trataba de un grupo peligroso, cuyos miembros eran captados en los parques o lugares públicos. Allí solían ser abordados, siguiendo siempre el mismo patrón o Modus Operandi: alguien se les acercaba ofreciéndoles recibir totalmente gratis unas clases de yoga y meditación. Les interesaban especialmente aquellas personas con algún tipo de problemática, con una baja autoestima, puesto que eran más débiles y, por lo tanto, más vulnerables y moldeables. Una vez ya asistiendo a estos cursos, se les impartían unas charlas o conferencias, cuyo fin último era cambiarles la forma de pensar y anularles como seres humanos, perdiendo ellos, por lo tanto, la capacidad de pensar por sí mismos.
Los asistentes, poco a poco, iban aceptando esas nuevas ideas. Se les inculcaba que se debían apartar de la familia, de los conocidos, de todo lo que tuviese que ver con su vida anterior. Era muy frecuente que, en determinadas ocasiones, un miembro que se desplazaba a la ciudad, fuese seguido para comprobar si hablaba o se reunía con personas ajenas a la comunidad. Lo único importante era el grupo y sus componentes. Todos debían total obediencia y entrega a su líder espiritual, al cual llamaban BADHÁ.
Cuando ya se acercaba la noche, Manuel, decidió ir a ver a Cristina, una gran amiga que había sido su gran apoyo desde el mismo momento de la desaparición de Isabel. Sin su ayuda, quizás no hubiese logrado salir adelante. Esta le convenció para que pasase la noche en su casa, que descansase, intentase dormir y por la mañana los dos acudirían a la parada del autobús. Quizás allí recibiría noticias de su mujer. ¡Quién sabe!.
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