Había un planeta muy muy lejano. Tan lejano que casi estaba en las afueras del Cinturón Exterior de las Coriacides.
Concretamente era el planeta A-2532342 , según los registros del Imperio, aunque sus propios habitantes no sabían que se llamaba así (tampoco se acordaban de cómo se había llamado en un principio).
Tan lejos estaba aquel planetucho que casi nadie pasaba por allí , y menos aún se decidía a aterrizar. Para más inri, el noventa por ciento de la superficie estaba congelada y azotaba por una cruel tempestad que jamás dejaba de soplar. Solo en la zona del ecuador, en un rincón muy pequeñito, los vientos eran un poco más clementes y el frio más soportable, por lo que allí se apretujaba toda la población que siempre estaba de mal humor por la falta de espacio.
Un día una pequeña navecita llegó hasta allí y se puso a orbitar entorno al planeta. De su vientre salió expelida una (aun) más pequeña cápsula que penetró en la atmosfera y desapareció entre las nubes.
Horas después un hombrecito trajeado apareció en la puerta de la única taberna que había en la ciudad. (Tampoco había más ciudades).Los parroquianos, que eran una muestra variopinta de todas razas de la galaxia, se giraron al unísono mirando al recién llegado.
-Buenas tardes.
Nadie devolvió el saludo: unos gruñeron y otros cuchichearon. Al forastero aquello pareció importarle poco. Con paso jovial se aproximó a la barra y se dirigió al tabernero, un ser amarillo y sucio con tres ojos y una trompa en la coronilla.
-Buenas tardes-repitió.
-Grkdlsidj!- respondió el otro de mal humor.
-Perdone, pero desconozco el idioma de este mundo. ¿Habla usted el Común?
El interpelado escupió una saliva verde viscosa en la jarra que estaba limpiando, y dijo hoscamente:
-¿Qué buscar?
-Ah que alivio, veo que podemos entendernos. Verá, soy funcionario del Ministerio de Hacienda Imperial, busco a un tal Graij ASdfksdj no sé si lo he dicho bien.
El tabernero señaló con un tentáculo a un ser grotesco al final de la barra y volvió a sus quehaceres. Ni corto ni perezoso, el hombrecillo fue hasta allí y dio unos golpecitos en la espalda carnosa y llena de protuberancias de aquel a quien buscaba (que por cierto , era tres veces más grande que él). Aquella ingente masa se giró y miro desde las alturas al pequeño funcionario.
-¿Groooar hi mui? respondió el otro.
-¿Habla el Común?
-¡GROAR HI MUI!! repitió enfurecido llenando de babas la pálida carita del hombrecillo.
Este se limpió pacientemente con un pañuelo que tenía bordadas sus iniciales.
-No se esfuerce, no habla ni papa de Común, aquí nadie lo habla por cierto- dijo un paisano que estaba a su lado bebiendo despreocupadamente.
-Oh, ¿es usted humano como yo?
-De la mismísima Tierra, antes de que explotara claro. ¿Y usted? preguntó sorbiendo un poquito de cerveza del país.
-Yo de la Tierra no, yo fui cultivado en un laboratorio
-Ah, Ya veo, ¡Ay! Quedamos tan poquitos ¿verdad? Por cierto, no tenga en cuenta el mal carácter de mi amigo, los Roculianos son así, están todo el día cabreados.
-Vaya, ¿podría usted hacerme de intérprete?
-Por un congénere lo que sea, ¿Qué quiere que le diga?- y se limpió la boca con la manga.
El visitante trajeado sacó una calculadora y varios pliegos de papel de un maletín. Con el dedo empezó a señalar unas cifras en un documento lleno de garabatos y sellos del gobierno.
-Dígale por favor, que según nuestros registros, sabemos que no paga sus impuestos desde hace trescientos veintiséis años y que tiene que ponerse al día.Según mis cálculos las cuentas ascienden a sietemillonesdoscientostreintaycuatromilcomaseis créditos. Eso sí, si hace pronto pago le haremos una reducción del seis por ciento.
El parroquiano intérprete torció el gesto y miro dubitativo al roculiano, que parecía ignorarles mientras se limpiaba los colmillos con algo parecido a un tenedor.
-Perdone que le diga una cosa. No me mal interprete, pero creo que no se lo va a tomar muy bien- dijo señalando la espalda de la bestia.
-Soy consciente, mi trabajo es muy desagradecido.
-¿Y no ha pensado en cambiar de trabajo? apunto el otro-
-¿A qué se dedica usted si no es indiscreción?
-Yo vendo enciclopedias, en concreto La Enciclopedia Galáctica así que me encontrará usted siempre yendo de un lado para otro de la Galaxia tocando en todas las puertas.
-Tampoco es que sea un gran trabajo.
-La verdad es que no, por eso siempre acabo al final del día en los bares.
-Ya veo. ¿Podría usted traducirle lo que le he dicho antes?
El vendedor se encogió de hombros y empezó a parlotear con el gigante en una extraña jerga llena de exabruptos y escupitajos. Cuando por fin termino y acabaron todos bañados, el roculiano empezó a hacer aspavientos, a señalar lleno de ira al hombrecillo y a hacer gestos amenazantes mientras su rostro mudaba hacia un rojo morado nada favorecedor.
El funcionario aguanto el chaparrón estoicamente (era un profesional) mientras señalaba decididamente el documento del gobierno con el requerimiento de pago. Entonces, el roculiano en un último arrebato de locura, saco una pistola desintegradora y pulverizo al funcionario de Hacienda, del cual solo quedaron unas cenizas y unas volutas de humo que ascendieron lánguidas hacia el techo.
-Creo que has sobre reaccionado, Grujas- le recrimino el vendedor.
Ambos volvieron a su charla distraída, hasta que una hora después, otro hombrecillo trajeado exactamente igual que el anterior entro al bar. Fue tranquilamente andando hasta el lugar donde estaban y dio unos golpecitos en la espalda de la bestia.
-¿Sabe usted que es delito disparar a un funcionario del gobierno?
El roculiano miro de hito en hito al hombrecillo y al montón de ceniza que aún estaba en el suelo sin poder creérselo. Entonces el funcionario dijo:
-Seamos civilizados. Solo quedan tres clones de mi persona en la nave y no podemos tirarnos toda la noche así. ¿Sabe que puede pagar su declaración de la renta en modo fraccionado, es decir , en tres veces por ejemplo? Asi le costara menos.
El vendedor de enciclopedias volvió a su cerveza y suspiro.
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