El reloj de cuco que cuelga de la pared, me avisa de que ya son las dos de la madrugada. Intenté desprenderme varias veces de él, pero cada vez que lo hago, una voz interior, me recuerda que es lo único que me mantiene unida a mi pasado.
Leo, espera desnudo junto a la puerta, como cada día. Los lunes suele venir la chica rubia de bote. Lleva muy poca ropa, los ojos marcados de negro y los labios más rojos que las fresas de la huerta del vecino, se menea de izquierda a derecha, como un catamarán en pleno invierno cruzando el mar. Acaricia sus pechos de manera exagerada mientras luce una sonrisa burlona y seductora. Leo babea agarrado a la puerta y más erecto que un mástil. Luego les veo desaparecer hasta bien entrada la mañana. Los martes y viernes elige a una morena de pelo encrespado, lleva su cuerpo más cubierto que una monja, siempre le acompaña un gran maletín de cuero negro. Camina despacio mientras tararea su canción favorita. Leo le espera todo trajeado y con corbata a juego. Se saludan con un beso en la mejilla mientras le invita a entrar. Los miércoles y sábados llega ansiosa la mismísima reina de la extravagancia, con su dedo índice pulsa el timbre exageradamente, cuando la puerta comienza a abrir esta se lanza como una leona sobre su presa, se lo come a besos, le arranca los botones de la camisa y los tira a los pies de mi puerta. He llenado más de diez botes de todo tipo de colores.
Así transcurren los días, los meses, incluso los años. Todas le ofrecen una noche de placer, pero ninguna recuerda su rostro a la mañana siguiente, no le entregan un regalo por su cumpleaños, ni le ven llorar de pena durante las tardes de lluvia, no le llaman por su nombre, porque lo desconocen, no descuelgan el teléfono por navidad, esperando oír su voz, ni le visitan cuando está enfermo. Yo si lo hago, incluso, le escribo cartas de amor a la antigua que luego deposito en su buzón. Muchas veces nos cruzamos en la escalera, le veo correr con la carta en la mano esperando encontrar a una de ellas. Los domingos le invito a comer para no sentirme sola. Me ofrezco a plancharle las camisas y a coserle los botones que le faltan, por su cumpleaños le dejo a los pies de la puerta un regalo, cuando está triste me siento a su lado callada y dejo que hable y se desahogue conmigo. Ha pasado tanto tiempo y todavía no se ha dado cuenta de nada. Va buscándome en cada una de esas mujeres y se entristece cuando no me haya en ninguna.
Querido Leo:
Esta será mi última carta, en ella te revelo mi identidad. Cuando te decidas a leerla, ya estaré lejos de aquí, los médicos dicen que es cuestión de horas, casi no veo, no escucho, ya no respiro por mí misma. He de agradecer a la enfermera, su gran labor en estos días, si ahora tienes entre tus manos este papel, es gracias a ella. Me duele haber estado tan cerca de ti y tan lejos a la vez, Confío en que no me echarás de menos, pues nunca lo has hecho, tus tristezas se acavarán cuando dejes de buscarme y cuando te encuentres a ti mismo.
Sin más me despido para siempre, besos de una desconocida.
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