Adiós

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Andrea López Zanón.- Todo estaba oscuro cuando escuchó la voz de aquella mujer, una voz femenina y atractiva que acariciaba sus tímpanos y la despertaba de ese sueño extraño en el que se había adentrado. No entendía muy bien qué ocurría. Su mente se encontraba en un estado de quietud y tranquilidad que todavía la llevaba a sentir con más intensidad la presencia de aquella voz casi palpable. Volvió a escucharla por segunda vez, aunque continuaba sin entender las palabras que pronunciaba. Para Eva, en ese momento, solo existía aquel hilo casi musical que la absorbía y conseguía trasladarla a un mundo en el que nada importaba, en el que solo estaban ella y aquella mujer misteriosa que todavía no se había dejado ver.

De pronto, un gran golpe a las espaldas de Eva hizo que volteara su cabeza en mitad de ese abismo prácticamente inventado y pudiera empezar a ser consciente de lo que ocurría. La realidad azotó sus mejillas como el viento frío de invierno. Sus ojos, que percibían por primera vez su alrededor, se abrieron atemorizados huyendo de la imagen que por ellos se colaba. Un sinfín de puñales helados se clavaban sin remordimiento en su mente, haciendo brotar de ella un grito silencioso y aturdido que se quebraba en miles de caminos antes de poder llegar a su boca. Su cuerpo era incapaz de reaccionar; sus manos colgaban de los brazos sin ni siquiera poder alzar un dedo; y su pecho… su pecho empezaba a devorar violentamente el aire que la rodeaba como si quisiera agotarlo.

Había un coche, había sangre, había llanto. Eva empezaba a sentir con intensidad las gotas de agua fría de aquel homogéneo y grisáceo cielo; varias sirenas de policía resonaban con cada vez más fuerza en su cabeza; los gritos de algunos agentes que corrían de un lado a otro perturbaban sus pensamientos; pero nada era suficiente para que la joven pudiera reaccionar ante el escenario que tenía frente a sus ojos. Un charco de sangre espesa sobrevivía a la intensa lluvia y se adueñaba de forma espeluznante de todo aquel asfalto. Un llanto estremecedor se mezclaba con la atmósfera y llegaba, como si se tratara de un eco, a los oídos de Eva.

Pasaron algunos segundos para que la joven diera crédito de toda aquella información que se adueñaba de sus sentidos. Pasaron algunos segundos para que reaccionara y apreciara la desgarradora imagen que estrangulaba con rabia toda su alma: al lado de aquel coche casi destruido, encima del creciente charco de sangre, yacía su cuerpo inmóvil en los brazos de una mujer… su madre.

No conseguía entender nada y deseaba que todo se transformara en una terrible pesadilla, pero el llanto de aquella histérica mujer la hacía de nuevo volver a la realidad. Sus lágrimas cristalinas brotaban de sus ojos con tal fuerza que no podían diferenciarse de entre las gotas de lluvia. Sus gritos estremecedores cortaban la atmósfera y llegaban hasta Eva acelerándole el corazón a cada segundo que pasaba.

Allí estaba su madre, presionando con fuerza la gran herida que se abría en el abdomen del cuerpo que tenía entre sus brazos. Las temblorosas manos de aquella mujer se empapaban con esa sustancia roja y espesa que calaba en cada poro de su piel llegando a sus huesos, llegando a sus venas, asesinando su alma.

Eva intentaba gritar, pero todo esfuerzo se quedaba en polvo. La mujer que le había regalado sus entrañas, la que le había visto crecer, la que le había dado la vida ahora la veía desvaneciéndose entre sus propias manos, combatiendo por una causa prácticamente perdida. No podía aguantarlo más. Se acercó corriendo hasta su madre e intentó zarandearla con fuerza… No podía tocarla. Aquella sensación invadió de pánico su interior y la llevó a gritar con intensidad:

“¡Mamá! ¿Puedes oírme? ¡Estoy aquí, no me dejes, no me sueltes!”

No obtuvo respuesta. Tampoco podía oírla. Una gran ola de espanto llenó todos los recovecos de su cuerpo. Empezó a correr entre las idas y venidas de algunos policías, se colocó delante de ellos mientras gritaba entre lágrimas y respiraba entre sollozos, intentó empujarlos, sacudirlos, rozarlos… pero no pudo. Volvió junto a su madre. Sus ojos azules miraban a aquel cuerpo moribundo, sus brazos rodeaban la cabeza pesada de su hija, sus labios besaban la piel todavía caliente de su pequeña mientras se inundaban en su propia sangre.

“¡Hija mía, no me hagas esto!... Despierta… ¡Despierta!”

Su voz temblaba presa del pánico y la desesperación. Pero aquel cuerpo ya no respondía. Había dejado de luchar desde hacía un rato. Su piel empezaba a palidecer y sus extremidades parecían cada vez más pesadas. Fue cuando Eva entendió que ya nada podía hacer.

De pie, paralizada delante de su propia muerte, volvió a escuchar la voz femenina que tiempo atrás la había despertado. Ahora sonaba con mucha más dulzura que al principio. La envolvía con suavidad y parecía elevarla como si fuera una hoja acariciada por el viento. Una sensación de tranquilidad borró todo el miedo que pudiera haber sentido. Parecía que su cuerpo no obedeciera a sus órdenes y se dejara llevar por la voluntad de aquella voz. Una luz cegadora y brillante bloqueó de una manera deliciosa todos sus sentidos. Cuando quiso darse cuenta, una silueta femenina que vestía unas túnicas largas y blancas la envolvió con su esencia. Su pelo era largo y rizado, y parecía flotar mientras se enredaba en las telas de su vestimenta. Cuando Eva la miró a los ojos, unos ojos oscuros y profundos, pareció entender el verdadero significado de la vida.

“Ven conmigo, Eva.”

Ya no quedó sufrimiento, ya no quedó mañana, ya no quedó vida… solo su último aliento:

“Adiós, mamá”.

 

 

 Más en: www.niunsegundodesilencio.wordpress.com

Gracias, un abrazo,

Andrea ;)


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