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A grandes zancadas sobre las olas iba el socorrista a salvar al infortunado hombre que se ahogaba. Cuestión de segundos separaban la vida de la muerte; el disfrute del placentero baño marino, de la tragedia. Quien sabe qué acontecimientos, deseados o no, se desplegarían si aquel hombre no lograba salir con vida.
El socorrista nadó velozmente llegando en el último momento a rescatarlo bajo las turbias aguas. A continuación lo llevó hasta la orilla y practicó primeros auxilios. Cuando el hombre volvió en sí solo tuvo palabras para reprochar la labor de salvamento. Le había fastidiado el suicidio.
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