Nos conocimos ayer por la tarde. Coincidimos en la misma fiesta. Se quedó viendo mi playera de Quiet Riot. Pronto hicimos química, y ese mismo atardecer nos hicimos novios. Mujer sin temor al qué dirán.
Anoche bailoteamos como desquiciados, y pasamos la madrugada escuchando a Mötley Crüe. Al amanecer ella continuaba conmigo. Le regalé un CD de Def Leppard. En ese instante me convencí que había encontrado a mi media naranja.
Descubrí que ella y yo habíamos venido a este mundo para rocanrolear hasta morir, compartiendo, pantalón de mezclilla, cerveza oscura y veladas que acabaran a las cuatro de la mañana repitiendo por enésima vez Rock this town de los Stray Cats.
Le doy gracias al cosmos, y en particular a esa nave espacial que se averió y tuvo que aterrizar aquí, en este planeta en donde el amor parece ir perdiendo la batalla. ¡Qué buena suerte tuve por encontrar en mi senda a esta mujer de chamarra negra y espíritu emancipado!
¡Qué ventura tener a esta soberana de la madrugada! ¡No me importa que sea extraterrestre, ni que se llame ID75X! ... ¡Señor!, dijo un policía, mientras me sacudía un hombro. Otra vez me había vencido Morfeo.
Semidormido, abrí los ojos; el uniformado farfulló: - El convoy sale de circulación, descienda, por favor. Yo estaba en el Metro Observatorio. ¡Vaya alucinación! - pensé -. ¿Habrá sido por beber esa soda, sabor ponche cítrico, fortificada con taurina y vitaminas?
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