La Carbonera
Siempre evitaba pasar por ese lugar cada vez que jugaban a las escondidas, a ninguno de los menores se le cruzó la idea de esconderse en ese sombrío agujero. No los culpo, aún recuerdo cuando tenía ocho años, un día mientras jugaba se me ocurrió ocultarme allí, todo iba bien hasta que una helada brisa inundó mi pequeña espalda, quedé paralizado de miedo, a diez centímetros de mis manos, la abnegada puerta, el frío bajaba por mis piernas helándolo todo a su paso, milimétricos movimientos y un brutal empujón me permitieron caer del lado de la luz, salí despedido de ese infernal cubil. Miré hacia atrás y comprobé que la vetusta puerta se cerraba lentamente.
Cuando fui adolescente y lleno de coraje, decidí investigar a fondo ese recinto. Linterna en mano entré agazapado, quería llegar al final del asunto. El techo iba decreciendo obligándome a agazaparme cada vez más, en el fondo llamó mi atención una puerta muy pequeña de unos veinte centímetros de alto, al abrirla introduje mi mano, luego mi brazo pero nunca hallé el final del hueco; me quedé quieto y en silencio mientras pensaba que haría del otro lado, unas débiles voces resonaban dentro del agujero casi imperceptibles que iban aumentando su potencia a cada segundo, me asusté y retrocedí saliendo rápido de aquel lugar, cerré con cerrojo. Siempre tuve la impresión que entrada la noche escuchaba desde mi cuarto ruidos provenientes del cubículo. El asunto quedó olvidado y decidí esquivar la carbonera durante algunos años más.
No recuerdo en qué momento decidí realizar una nueva incursión, y tampoco recuerdo que sucedió, ahora todo me parece grotesco, escucho como por un túnel y a lo lejos las palabras de los ancianos, mis padres; mi pobre y cansada mente entiende por fin que estoy encerrado y perdido en la pequeña puerta al fondo, al final de la Carbonera.
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