Me desperté aquella mañana con sensaciones ajenas, mundos irreales flotaban en los recovecos de mi aturdida mente. Sentí gélido el suelo al apoyar los frágiles dedos de mi pie izquierdo y noté un devastador escalofrío que subió presuroso por mi cuerpo hasta explotar en mi nuca y cuyas ondas expansivas hicieron que mi cuerpo entero se convulsionara en repetidas sacudidas.
Sentía la urgencia, la necesidad de hacer algo con mi vida, aquella que había volteado las tornas bruscamente y me había dejado en el vacío, en la ignorancia, en la desdicha. La muy puta había hecho una magnifica presentación, un encomiable comienzo, pero con el paso del tiempo, fui descubriendo su verdadera forma de ser.
Me desperté aquella mañana con sensaciones frágiles, en mi cabeza oía la orquesta de insufribles buitres que martirizaban mi mente con su ardua voz. El olor de la nostalgia se colaba por los conductos de mi nariz y me transportaba a épocas distantes, llenas de color, paz y amor.
Sentía la prisa, la exigencia de hacer algo con mi vida. Estúpida, estúpida, estúpida, que no me daba un respiro, incansable atosigadora, dueña de mis reveses, razón de mi desilusión. Una vez confié en ella, pero ahora conozco su verdadero rostro. Mi confianza se despeño, como un bloque de hielo se desprende de su glaciar a causa del golpe de una ola.
Me desperté aquella mañana con sensaciones tórridas, mi mente estaba confusa, en ella se acumulaban las repetitivas vueltas de mi cuerpo y las diferentes imágenes se mezclaban entre ellas sin dejarse entender. Las gotas de sudor bañaban mi cuerpo, dejándome una sensación pegajosa que me ponía histérico.
Sentía la premura, la obligación de hacer algo con mi vida. La odio con toda mi alma, pero a la vez la necesito. A veces las lágrimas inundan mis ojos sin motivo alguno, lo único que deseo es que todo vuelva a ser como antes, cuando éramos felices.
Me desperté aquella mañana con sensaciones pasadas, mi mente estaba en blanco, el blanco de la nada. El viento ululaba y hacia que mis cortinas danzaran de manera extraña. Mis vellos se pusieron de pie súbitamente, como si tuvieran vida propia y me observaron consternados, esperando algo de mí.
Sentía el apremio, el deber de hacer algo con mi vida. Ya no espero nada de ella, he aprendido a ignorarla, sus caprichos me traen sin cuidado, hago oídos sordos a sus mandatos y mis anhelos y sueños han muerto junto con mi pasión por ella. Ahora solo soy uno más de los abandonados que pululan en los lugares comunes, arrastrados por las corrientes modernas, sin saber dónde está mi lugar.
Me desperté, no sé cuando, ni dónde. Todo era gris y silencioso. Sentía un dolor ávido que me desgarraba el pecho, un dolor proveniente de una inmensa tristeza. Alcé la mirada y la vi, allí estaba ella, llorado sin consuelo, lánguida y pálida, decepcionada y a punto de morir. Y fue allí cuando me di cuenta; ella no era la culpable, siempre lo había sido yo.
Ahora vago por este mundo, estéril y oscuro, cargando con mi dolor que me quema en lo más hondo de mi ser. Esperando estoy, esperando a que la vida me dé otra oportunidad. Esperando estoy, esperando para volver a despertar.
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