Su mirada me dolió. Se mostraba melancólica, triste, perdida. Nunca la había visto así. Siempre mostraba valentía en sus ojos, reflejaba esperanza, como que siempre a su lado todo estaría bien. Solo con mirarla sedaba mi alma.
Pero esa mañana estaba distinta, no solo su mirada, que siempre fue lo que más me atrajo de ella, sino todo su ser.
Ya venía dando señales de ello con leves destellos de inconciencia y otros de distracción. Como que si la nada fuese más atrayente que la realidad misma y sus alrededores quedasen en blanco y allí decidía quedarse por algunos segundos. Pero no pasaba de eso, apenas unos segundos y ya, vuelta a nuestro mundo.
Creo que el no haberme interesado por ese detalle de su vida significó el aceleramiento de este extraño proceso de su interior y ahora quizás ya sea tarde. Quizás ya no vuelva, y si esto sucede sería una puñalada de la vida.
¿Será tal vez una condena que deberé cumplir por haber ignorado esa señal de su mirada?
¿Podrán nuestras mentes volver a conectarse?
¿Volveré a ver aquella mirada suya?
Tantas preguntas más que me brotan sin cesar, una tras otra, y ninguna tiene respuesta.
Pero si de algo estoy seguro es que si su mirada sigue en el infinito, si la tristeza no se le quita de sus ojos, y si por perderse en la nada de este puto Alzheimer ya no vuelve, yo tampoco lo haré, y seguiré su camino hasta el final.
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