Aniversario rojo chocolate

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La cena de aniversario de Clara se iba animando. Frente a mí, al otro lado de la mesa, estaba sentada una de sus amigas, desconocida para mí hasta ese día. La casualidad nos había colocado cara a cara. Después de los formulismos y presentaciones de rigor, la conversación fluía despreocupadamente. Yo contemplaba el rojo encendido de sus labios, que se movían al son de sus palabras y llegaban a mis oídos como una suave melodía. Los invitados sostenían charlas altisonantes que se mezclaba con el diálogo que ella y yo intentábamos mantener. No era fácil, no sólo por el elevado tono del murmullo que sonaba a nuestro alrededor, sino porque mi atención se dirigía persistentemente a su boca, a su cuello, al escote por donde asomaban sus sinuosas tetas.

El retrato de sus atributos penetraba por la retina de mis ojos hasta el centro de mi cerebro, desatando mi imaginación. Mentalmente extendía mis manos para acariciar la piel aterciopelada de sus exuberantes senos. Ella intuía mis pensamientos y percibía mi deseo, también yo le había gustado y mis miradas la habían excitado. Sus pezones se habían endurecido y abultaban la fina tela de su ajustada blusa azul. Su mirada era cada vez más intensa, su sonrisa provocativa. Gesticulaba exageradamente cuando se llevaba la comida a la boca. Abría y redondeaba los labios, introduciendo el tenedor en ella, su mirada fija en mí, se detenía para saborear la comida y después lo sacaba lentamente entre la comisura masticando con gesto sugerente.

Mi mente bullía y se movía a toda velocidad. Pensaba en las habilidades potenciales de aquella boca voraz aplicada a otro tipo de actividad. Hacía rato que la libido me cosquilleaba y tenía el pene inyectado en sangre, duro y tieso como la botella de vino que delicadamente vertía en su copa. Lo imaginaba dentro de su cálida boca, chupeteado, humedecido por su lengua y besado por sus labios. El alcohol iba haciendo efecto. Estábamos cada vez más alegres y la conversación subía de tono. De la broma inocente habíamos pasado al coqueteo, del coqueteo a la insinuación, y de la insinuación al abierto descaro. Súbitamente, un griterío nos apartó de nuestro jugueteo. Jorge había irrumpido en el comedor con un pastel acribillado con velas en llamas. Un ¡bien! atronó en la sala y, a continuación, el «cumpleaños feliz» se cantó a coro por todos los asistentes. Se llenaron las copas de cava y la fiesta llegó a su apogeo. Gritos, besos y abrazos.

Pequeñas motas del pastel de chocolate se dibujaban sobre los labios de ella, ahora menos rojos, pero más dulces y voluptuosos. Yo la miraba fijamente lamiendo de forma procaz los restos de chocolate de mi labio superior. Ella sonreía mientras se desabrochaba disimuladamente un botón de la blusa. El escote se abrió un poco más dejando al descubierto la parte superior del sujetador y la belleza de sus tetas llenas, lozanas, tersas. Era un completo desafío que estaba dispuesto a responder. El corazón dirigía rápidos y continuos latidos a través de mis venas que golpeaban violentamente en el interior de mi polla. Descalcé un pie y, pasándolo entre sus piernas, por debajo de la mesa, lo llevé directamente a su vulva. Estaba caliente, muy caliente. Froté, apretando ligeramente sus labios, mientras la parte delantera de las diminutas bragas se iban introduciendo entre ellos. Su cara sonrojada delataba la excitación que sentía.

La fiesta estaba dispersa, en plena algarabía, todo el mundo bebía, parloteaba, gritaba o bailaba, ajeno a nosotros. Era el momento propicio. Le hice un gesto con la cabeza, me levanté y me dirigí a la puerta del pasillo. Ella me siguió inmediatamente. Caminamos unos pasos, entramos en la habitación de Clara y cerré la puerta. La rodeé con mis brazos atrayéndola hacia mí y la besé.  Estaba agitada, me besaba y chupaba, abría la boca, respiraba con fuerza, apresurada. Deslicé la lengua dentro de su boca, todavía dulce por el pastel de chocolate. Su lengua se movía y entrelazaba ávidamente con la mía. Los oídos me zumbaban, todo el cuerpo me palpitaba. Necesitaba estar dentro, muy dentro de ella. Rápidamente le quité el vestido y la dejé completamente desnuda. Ella me desnudó a mí. Tiraba mis ropas al suelo, deshaciéndose de ellas porque le molestaban. Se tendió sobre la cama, yo me senté a su lado. Le acaricié los muslos, el vientre, las tetas, todo el cuerpo.

Ella se dejaba llevar con los ojos cerrados y la boca entreabierta, suspirando. Separé completamente sus piernas levantándolas, doblándolas hacia atrás, con el culo al aire. Su coño carnoso y rasurado estaba entreabierto, al igual que su boca. Los labios inferiores asomaban tímidamente entre los superiores y un brillo húmedo y rosado salía del interior de una prolongada raja. Separé sus voluminosas nalgas, quedando al descubierto  un esfínter tirante y prieto. Acerqué la boca y lo besé. Lamí toda la longitud del valle de su culo deslizando la lengua hasta su coño. Unas gotas de flujo salían de su interior. Su sabor y olor excitó más mis sentidos. La polla me ardía vivamente. Metí la lengua en la vagina y chupeteé el clítoris mientras ella apretaba sus muslos contra mi cabeza y gemía de placer. Me incorporé, acaricié sus tetas, mordisqueé sus pezones, duros y erguidos. Ella se retorcía y suspiraba.

Coloqué la polla justo en la entrada de su vagina, ella me rodeó con sus piernas. Me atraía hacia su vientre. La penetré y clavé mi verga hasta el fondo. Ella lanzó un grito estremeciendo todo el cuerpo. ¡Fóllame!, gritó. Empecé a mover las caderas hacia delante y atrás. Mi pene, ardiendo, se deslizaba suavemente en un dulce vaivén. El coño estaba muy húmedo y caliente. El glande, hinchado a reventar, rozaba las paredes interiores de la vagina, perfectamente acoplado, siguiendo una marcha cadenciosa. El placer iba en aumento, los jadeos se entrecortaban, el ritmo se aceleraba, los gritos y gemidos también, el movimiento de ambos acompasado, rápido, follábamos, follábamos, todo se precipitaba, el tren iba a toda máquina, traqueteando, no podía pararse, parecía que iba a descarrilar, pero seguía adelante, velozmente, en una marcha sin rumbo ni destino, finalmente, sin poder ni querer evitarlo, enfebrecido, un estallido atravesó todo mi cuerpo y perdí el contacto con el mundo real, mi polla chapoteaba en el interior de la vagina con espasmos de placer incontenible. Moviéndose compulsivamente, ella empujaba, se retorcía con los ojos desorbitados, jadeando, gritando, hasta que, lentamente, nos quedamos tendidos, relajados, abrazados el uno al otro.

Rufus


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