RAUL Y DIANA
Raúl no era un hombre especial en ningún aspecto, treinta y siete años, estatura media, tipo atlético, pelo claro sin llegar a rubio, ni largo ni corto, liso y peinado con desenfado, con el mismo desenfado con que charlaba en los ratos de ocio con la gente de alrededor.
Trabajaba para una empresa de informática industrial. Era el jefe de ventas y eso le obligaba a vestir con elegancia y a viajar con cierta frecuencia para visitar a algún cliente o resolver puntuales problemas, normalmente de cobro, y en ocasiones generado por la mercancía. Cosas del oficio. Le gustaba su trabajo y estaba bien considerado en su empresa.
Aficionado a los deportes acostumbraba a ir al gimnasio para ejercitarse un rato, disfrutar de la sauna y una reconfortante ducha. Después una cerveza en la cafetería del gimnasio, un poco de charla intranscendente e informal con la camarera y algún que otro cliente al que conoció junto a algún aparato de musculación, bicicleta o cinta de marcha (No le gustaba correr por correr) y sobre las nueve horas a casa a cenar con su familia.
Era un hombre felizmente casado con dos hijos de diez y trece años que hacían de su casa un lugar alegremente ruidoso. Su mujer algo más joven y mucho más seria que él era una señora de discreta hermosura, bien proporcionada y muy elegante en todos los aspectos: al vestir, al hablar, al caminar... pero eso sí, siempre con seriedad.-- Ya eres bastante alegre túsolía decirle cuando oía algo sobre su seriedad.
De un par de años hacia acá, Raúl estaba un poco deprimido. En casa, sus relaciones sexuales se habían ido enfriando demasiado a juicio de Raúl. A lo largo de trece años de convivencia, más que enfriando (meditaba Raúl) se volvían paulatinamente monótonas, aburridas, como contagiadas de la seriedad de su mujer quien parecía no tener la más mínima motivación a la hora de jugar en la cama. Se limitaba a satisfacer su necesidad de forma pasiva, sin participar en el juego amoroso. Si a esto añadimos el aumento de tiempo entre encuentro y encuentro entenderemos con facilidad la tristeza de Raúl.
Un jueves cualquiera junto a su bici de spinning se había sentado una cara nueva. Era una mujer de aspecto joven, (luego descubriría que era algo mayor que él) de una extraña belleza a los ojos de cualquiera, pero a los suyos era ese tipo de mujer que le encendía. Ese cuerpo, esa forma de moverse que parecía derrochar energía le provocaban un aumento de la testosterona y el consiguiente baile hormonal, despertando en su mente la concupiscencia, el deseo y el sueño por tenerla. Por momentos se le iba la mirada a contemplarla (Lo que no pasó inadvertido a los sentidos de la mujer). Vestida con esa ropa ceñida para el deporte que resaltaba todos y cada uno de sus encantadores atributos, parecía tener imán a sus ojos: Pelo liso y castaño con melena hasta media espalda, piel morena que no parecía de rayos UVA, un metro sesenta de estatura más o menos, un rostro dulce y un cuerpo más cercano al cilíndrico que al diábolo.
Hola! La saludó con las pupilas bien dilatadas. No te había visto nunca por aquí. Me llamo Raúl y Tú?
Yo soy Diana. Hoy es mi primer día, hace poco que estoy en la ciudad y me estaba volviendo perezosa hasta que decidí apuntarme y hacer algo de ejercicio le contestó con una sonrisa fresca que no ocultaba un leve toque pícaro que delataba haberse dado cuenta de la mirada sagaz en los ojos de Raúl-.
Pues encantado de conocerte. Yo termino dentro de media hora mi sesión de ejercicio y después acostumbro a tomar una cerveza con los amigos del gim. antes de ir a cenar. Si te parece bien, luego te pasas por el bar y te presento a mi grupo, así conocerás a alguien de aquí. También hay un par de chicas
Así comenzó una historia capaz de llenar, al menos un capítulo de una novela cualquiera antes de entrar en acción.
Habían pasado varios meses desde el primer encuentro cuando un día de finales de mayo Diana y Raúl estaban solos con la cerveza de la tarde en el bar del gimnasio; los otros habituales habían fallado. Ya se conocían más, sabían de sus trabajos respectivos. Era lunes y Raúl le comentó que tenía que salir de viaje un par de días el próximo miércoles por asuntos de trabajo.
Diana, a quien también se le dilataban las pupilas al mirar a Raúl conforme lo iba conociendo, no dudó en ofrecerse a acompañarlo pues tendría fiesta los siguientes días (cosas de su trabajo) y hacerle compañía después de realizar su faena. Tiene que ser aburrida una tarde y noche solo y lejos de casa. Añadió, esforzándose por ocultar que lo deseaba.
Raúl, con una mirada de sorpresa, dubitativa y asombrada, pensó un poco y debilitada su voluntad por la apatía amorosa de casa, se dejó llevar y con un poco de comedia ( la del buen comercial) fingió: De verdad te apetece? Serás capaz?... Y terminó con un Sí envuelto en una sonrisa llena de picardía. Allí mismo comenzaron a organizar la escapada
Viajaron toda la mañana del miércoles charlando animadamente, pararon a comer y continuaron el viaje hasta su destino donde llegaron bien entrada la tarde. Diana le había mostrado su deseo de compartir habitación en el hotel advirtiéndole que comprendería su negativa dada su condición familiar. Como si su único propósito fuese el de ofrecerle pura y simple compañía.
Raúl, deseoso desde hacía mucho tiempo de una noche de lujuria aceptó con una sonrisa que no le cabía en la cara.
Reservaron una habitación en un apartahotel en las cercanías del recinto ferial de la villa a escasos quince minutos de paseo del centro. Tras dejar el equipaje e inspeccionar el alojamiento, salieron a tomar unas tapas a modo de cena por los bares de chateo cercanos a la catedral. No pudieron tomar más de tres. Un rijoso deseo los invadía por momentos y casi sin palabras optaron por regresar al hotel. Caminaron agarrados como novios los diez minutos que les separaban de la cama, algún que otro beso en los labios durante la marcha hacía aumentar su deseo. Llegaron a hotel donde comenzaron a besarse apasionadamente, con deseo, con tantas ganas y fuerza que los labios terminaron ligeramente hinchados por la presión y el deseo.
Me apetece una ducha caliente Dijo Diana.
Para dos?
Vale!. Y comenzaron a desnudarse mutuamente casi sin separar los labios de la piel del otro.
En la espaciosa ducha de la habitación comenzaron a jugar acariciándose, enjabonándose (no tenían prisa), más y más besos Pronto los labios de Raúl buscaron los pechos de Diana para besarlos con dulzura y deseo mientras sus manos acariciaban su espala, sus nalgas, sus muslos, al tiempo que ella buscaba el erecto pene de Raúl para acariciarlo a su vez.
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