Del más agradable de los estados que he conocido, la gloria, se podría llamar, surgió un estruendo que trajo consigo el más terrible de los dolores.
El dolor de cabeza de una gran resaca, después de haber estado prácticamente toda la noche bebiendo y haber dormido solo una hora antes de que sonase el despertador para ir a trabajar.
Mientras que te despiertas, es como si la cabeza te diera vueltas por toda la habitación hasta que se reajusta y entonces llega el dolor.
Me habría acostado, calculo, sobre las cinco y media de la mañana. Ahora eran las seis y media ya que mi despertador sonaba a esa hora.
Se inundaba mi cuerpo de rabia cuando, únicamente, lo que quería era dormir y no podía hacerlo.
Pero era joven. Tenía unos dieciséis años y con esa edad lo puedes prácticamente todo.
Incluso no dormir en varios días y alternar el trabajo con la bebida.
Me incorporé y me senté en la cama.
Allí estuve otro rato. Joder, no podía ni con mi alma. Estuve durante un rato sujetando mi cabeza con las manos para que no se callera al suelo. Pero me tenía que dar prisa ya que un compañero venía en coche a recogerme a casa.
Pensé que yo era importante. Hasta tenía un chofer que me llevaba al trabajo, como si fuese una estrella del rock o un político importante.
La verdad es que no sé por qué ese tonto del culo había accedido a llevarme, pero eso carecía de importancia. Lo que importaba es que me llevaba.
Me fui a la cocina y me encendí un cigarrillo. La primera calada me dio entre asco y satisfacción y acto seguido tuve que ir corriendo a cagar.
Regresé ya más tranquilo al salón. Le di un sorbo al café hasta la mitad del vaso para ver si me espabilaba un poco. Luego cogí una botella de whisky del mueble bar de mi padre y rellené el vaso hasta arriba.
Me bebí todo el contenido de una vez, sin respirar por la nariz para no saborear.
Yo no era un tipo duro. No me gustaba la bebida. Lo que me gustaba era la sensación artificial de bienestar que ella me provocaba.
Le di una fuerte calada al cigarro y aguanté la respiración durante un rato para no vomitar. Aun así fue tarea inútil. Aquello empezó a subir por mi esófago como un tren sin frenos.
Tuve que ir corriendo al servicio y echarlo.
También eché algo de la noche anterior.
El vómito me dejó un sabor agradable en la boca.
Regresé al salón, cogí la botella y le di un buen sorbo. Ahora que había hecho un poco de hueco esperaba que eso no tuviera también que echarlo.
El final se quedó dentro y reactivó la fiesta acabada del día anterior. Esperé unos minutos. Relajado. Encendí otro pitillo. Ahora si me sentía bien.
Me veía capaz de todo. Hasta de ir a trabajar. Me puse la chaqueta y me largué.
Ni había comido ni me había duchado.
Sólo cagado y vomitado.
Pero tenía un nuevo colocón y eso era todo lo que me importaba.
Sólo esperaba que la resaca venidera fuera más gradual.
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