Quisiera tener alguna que otra historia. Pero ya no me quedan. Quizá sea porque la realidad me supera, o porque nunca fui demasiado cómplice de finjir lo que no siento. Ni mucho menos de intentar expresar una sensación, una experiencia, una voz que ni siquiera oigo. Una vez más pierdo el tiempo buscando alguna causa.
A lo mejor nos planteamos la vida de forma equivocada. A lo mejor no existen causas para todos nuestros comportamientos, y seamos así de absurdos simplemente porque sí. O a lo mejor se nos da bien estrujarnos la cabeza haciéndonos creer que somos más complejos de lo que en realidad aparentamos, camuflando la esperanza de todos y cada uno de nosotros por despertar una mañana y descubrir que quizá hay una causa para todo, que los seres humanos a lo mejor no son tan malos, que incluso son capaces de regalar algo sin recibir nada a cambio.
Pero la verdad es que nada de eso es cierto. Un vistazo a tu alrededor y no te será complicado descubrir el por qué.
El por qué. Sí. El por qué el mundo es cómo es. El por qué existen ricos y pobres. El por qué el planeta entero empezó a sufrir por ayudar a sobrevivir a quienes no hacían más que patalearlo. El por qué de la codicia. El por qué de la crueldad. El por qué de las injusticias y de las muertes innecesarias. El por qué de cada uno de los desastres que rodean y han envuelto nuestro presente y nuestro pasado.
El por qué: los profundos y repetitivos defectos de un ser que se cree un Dios. Los profundos defectos del ser humano.
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