SEXO ORAL, LA PRIMERA VEZ

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Ahí estábamos, en las escaleras, nuestro refugio de amor cuando en tu casa resaltaba la presencia de todos tus familiares.

Pero ésta vez fue diferente, porque tras las palabras de amor, los abrazos y los anhelados besos, decidimos avanzar, ahondar en nuestros sexos, sentir el éxtasis de la pasión.

Corrimos el riesgo de que alguien podría subir o bajar en cualquier momento, pues tus cuatro meses de abstinencia (según decías) eran más que suficientes para sellar profundamente nuestro pacto de "amor".

Estabas dos escalones más abajo y empezaste a acariciar mis piernas entre la falda larga, ancha y veraniega que vestía esa tarde. Las caricias se convirtieron en besos que avanzaban cada vez más de prisa hacia la zona que yo había sellado por más de un año, después de mi primera y última relación sexual hasta entonces.

 Quitaste mis braguitas y empezaste a lamer lo que nunca antes había sido lamido.

Refugiado entre mi falda, tu lengua y tus labios se adueñaron de mi entrepierna, de mi pubis, de mi clítoris, de mis labios menores y mayores y de ese "aún" pequeño agujero que pedía a gritos ser penetrado por segunda vez en la vida.

No usaste tus dedos, sólo tu lengua fue suficiente para hacerme ver las estrellas con los ojos cerrados y gemir como nunca lo había hecho hasta hacerme llegar al orgasmo.

Luego me condujiste hasta el descansillo de las escaleras donde después de relatarme como todo buen maestro, de qué manera te gustaba que una boca se adueñara de tu poderosa herramienta sexual, yo, decidida a poner en práctica toda tu teoría, llené de besos tus huevos, los chupaba, los lamía sin detenerme y subiendo despacito por tu pene erecto me concentraba en su coloradita cabeza, que chupaba y disfrutaba igual que disfruto de un Chupa Chups, e incluso más.

Me tomaste de los brazos y apoyándome a la pared, levantaste mi falda, me cargaste y llevaste tu mojado sexo en busca del mío, mientras mis piernas se aferraban fuertemente a tu cuerpo e iniciaste poco a poco, una tras otra las suaves embestidas que me hacían vibrar.

Nos abrazamos fuertemente y nos besábamos como si fuera la última vez, mientras continuaba el despacito y delicado vaivén de tus caderas entre mi inexperto pero calentito y estrechito coño. Te susurré al oído lo excitada que estaba y tus embestidas se fueron olvidando de la delicadez, dando paso a toda la ferocidad, deseo y descontrol de tu cuerpo. Alababas la estrechés de mi sexo, mordías mi cuello y me besabas intentando apaciguar nuestros gemidos hasta que nuestros cuerpos se contrajeron, nuestra piel se erizó, nuestros labios se mordieron para callar los gritos del éxtasis, del clímax, del grande y poderoso placer que nos llegó a la vez...

Y fue el primero de tantos días que echaríamos a suerte el lugar donde una vez más uniríamos nuestras almas, nuestro amor, nuestros labios, nuestros sexos... en la "intimidad".


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