Avanzaba empujado por la fuerza más poderosa del Universo: el Odio. Odio que se agolpaba en sus sienes y le hacía abrirse paso enloquecido entre la marea de gente como un cuchillo se abre paso a través de la carne. La sangre le hervía y sus ojos ciegos de rabia sólo miraban hacia adelante, buscando incansablemente, olfateando como un depredador a su víctima. Aquella persona que buscaba entre un millón , era en aquellos momentos la única que tenía importancia. El resto se deslizaba frente a sus ojos como sombras perdidas. Aquella sola alma, aquel miserable, era el causante de que su mundo se hubiera tornado en un campo yermo y sin vida, un erial de ceniza donde antes sólo hubo felicidad y días azules. ¿Dónde estaba? ¿Dónde se escondía? La marea humana huía en todas direcciones, agolpándose enloquecida en las estrechas aceras. El las empujaba, las apartaba con violencia mientras la bilis apretaba su estomago. El humo de la bomba ascendía hacia el cielo. Una fina lluvia descendía como una cortina gris entre los edificios.
Finalmente alcanzó el centro de la explosión. La escena era dantesca. Montones de cuerpos aparecían diseminados alrededor del coche destrozado que ardía en llamas. Sin embargo no encontró al bastardo allí tirado. El miserable tenía aquella extraña habilidad de sobrevivir a todas sus trampas. Recordó entonces la voz de una mujer. Aquella que una vez intento rescatarle de su oscuro agujero, que quiso enseñarle que otra vida era posible:
-Es el odio el que te alimenta le dijo- pero también te está consumiendo poco a poco. Fue hace mucho, mucho tiempo. ¿No te das cuenta? Un día ni siquiera recordarás el motivo.
Pero se equivocaba. Recordaba perfectamente aquella noche lluviosa. Su mujer y su hija cruzando. Los faros del coche descontrolados. Dos vidas segadas en apenas un segundo. Un hombre ebrio, con cara desencajada, observando los cuerpos y aquel capo hundido y abollado. El miedo en sus ojos. La mano del amor de su vida implorando al cielo ayuda. El cerró los ojos y volvió a subir al coche. Huyó como lo que es, como una rata cobarde. Pero daba igual. No había rincón donde pudiera esconderse de él.
Su mente volvio a la realidad.Vió un rastro de sangre que salía del coche humeante y lo siguió hasta un callejón. Apretó el cuchillo bajo su gabardina. En aquella ocasión no iba a escaparse. Fin de la historia amiguito. El fin de Tu Historia.
Le encontró en un rincón, entre inmundicia y charcos de lluvia. Estaba encogido sobre sí mismo. Temblando de terror. Abrazaba algo con fuerza, como protegiéndolo. Miró su cara llena de ceniza y lágrimas y sintió un ardor renovado. Sin cruzar una palabra, en completo silencio, levanto el cuchillo para asestar el último golpe. Entonces la victima levanto los brazos y mostró aquello que tan fervientemente escondía: era un bebe. La criatura empezó a llorar desconsoladamente, en su carita resbalaban las lágrimas mezcladas con las gotas de lluvia.
Algo se quebró en la mente del agresor. La poca cordura a la que se aferraba se diluyo como una acuarela en la lluvia. El cuchillo resbalo de su mano y cayó al asfalto estrepitosamente. Él bebe lloraba hasta quedarse sin aire en los pulmones. De pronto nada tenía sentido. ¿Qué hacia allí? Su rostro revelaba una inmensa tristeza. Lentamente se dio la vuelta y salió del callejón.
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