El hombre fantasma

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Abrí mis adormilados ojos, me encontré en una calle escasamente iluminada por el resplandor de la luna, casas, edificios, arboles atiborrados de sombras. A lo lejos brillaba una luz que me guio hasta un farol de bronce pendiendo de un poste, a su alrededor seis siluetas deambulaban sin mirarme. Quizás les era invisible porque me cubrían un poco las sombrías ramas de un árbol. Estaban jugando a la botella, eran tres muchachos con su respectiva pareja. Yo solía jugarlo antes. -pensé- Ahora estoy casado con una bella mujer.

Los recuerdos afloraron a mi mente, “como olvidar el momento en la librería, aquel bendito segundo cuando agarre un libro de la estantería y de pronto una blanca y delicada mano lo sujetaba del otro extremo, apareció a mi vista una hermosa mujer alta, delgada de tés pálida y ojos cafés, me sonrío, le sonreí y solté el libro indicando que ya lo tenía en casa aunque no fuera cierto”.

-Alejandro Gutiérrez- dije, presentándome  y a la vez ofreciéndole mi mano.

-Carolina-dijo, con una leve sonrisa de labios, estrechando mi mano con la suya tan suave como un pétalo de rosa.

Platicamos un largo rato y al instante me di cuenta que había encontrado mi media naranja.

Después de tres meces de noviazgo nos casamos. De eso ya hace un año. Ahora es algo complicado, la mañana de ayer nos peleamos. Más siento que ha de estar en casa extrañándome. No sé por qué le hago esto, pero no puedo dejarlo. Carolina piensa que ya no la amo. No sabe que daría la vida por ella, más esta fuerza extraña que me sujeta al alcohol es sobre natural. Cada día que pasa me hundo más ante el vicio sin tener oportunidad de defenderme. Ya no quiero hacerle daño. Desde hoy ya no volveré a beber alcohol, prometí.

Vuelvo la mirada a los muchachos, me sorprendo al no encontrarlos, no me di cuenta como se marcharon. De repente miro una sombra detrás del poste que sostiene el farol.

-Hola muchacho ¿Me puedes decir la hora por favor?-pregunte cortésmente

No me contestó, volví a insistirle, quizás se siente apenado-pensé- volvió el rostro  sin articular palabra. En eso la lámpara empezó a titilar y el muchacho alzó la mirada hacia la luz y corrió antes de que esta se extinguiera.

Seguí el camino a casa, al llegar todo era oscuridad, solo una tenue luz proveniente de nuestra habitación matrimonial estaba encendida. La puerta la adornaba un diminuto moño negro en la parte superior, trate de abrirla, se encontraba cerrada con llave, me dirigí a  la ventana lateral que se encontraba abierta. Una vez adentro camine escaleras arriba hasta llegar  a la habitación, allí estaba Carolina recostada boca arriba a lado izquierdo de la cama. Me estremecí de alegría aspirando su perfume cautivador, ella aún me ama-murmure entre dientes- porque como siempre lo había hecho, dejándome el espacio derecho de la cama para que me acostara a mí llegada. “Te amo mi amor -susurre- besándola en su sonrosada mejilla. Se removió en el lecho y me aleje para no despertarla.

Eche un vistazo a las paredes de la habitación. Sentí como si hubiese estado ausente durante mucho tiempo. Tome un hermoso cuadro con el marco dorado. Ahí estábamos, felices, sonrientes el día de nuestra boda. Yo con ese típico traje negro, Carolina toda de blanco… Repentinamente sonó el teléfono en la sala. Corro a atenderlo, pero cuando llego, se me ha adelantado la contestadora, han dejado un mensaje “Carolina cariño, soy tú tía dolores ¿Cómo estás? reza mucho, pídele a Dios que te de fuerzas, él ya se fue, devuélveme la llamada, te quiero”. Que tonterías dice la tía, si ya he vuelto a casa y jamás volveré abandonar a mí querida esposa por el alcohol. En eso mire el reloj de la pared, el triste péndulo marcaba las tres cuarentaicinco. Pensando en el mensaje de la tía Dolores me acosté en el sofá creyendo que Carolina seguía enojada. Me acorde del espacio vacío en la cama y se renovaron mis esperanzas juzgando que me perdonaría.

El silencio estaba en su trono, solo los grillos chirriaban en el jardín y las aves nocturnas cantaban lúgubremente entre los negruzcos árboles, la luna entraba por las estrechas ventanas. Todo era un verdadero paraíso nocturno. En eso escuche  un suave gemido en la habitación de arriba, era Carolina quien se movía en la cama, a veces hablaba de noche, solía tener pesadillas y allí estaba yo abrazándola, protegiéndola contra mi pecho. Sin embargo solo una discusión y me encontraba acostado en el frió sofá.

Entre pensamientos desagradables me quede dormido, abrí los ojos cuando ya el alba estaba por aparecer. Al asomarme a la ventana, el lucero comenzaba a desvanecerse entre unos sombríos edificios, me fui al despacho con la intención de trabajar un rato mientras Carolina despertaba, apenas me había sentado cuando inesperadamente se dejó escuchar el abrir y cerrar de la puerta de entrada. Como me encontraba en la habitación ubicada al fondo del pasillo, podía ver claramente quien había entrado sin correr peligro de ser visto.  Pensando que era la cocinera que llegaba, decidí cerciorarme y abrí la puerta en una pequeña y delgada ranura. Entonces me di cuenta que no era la cocinera. Sino José el que fuera mejor amigo de Carolina en la Universidad. Cuando nos casamos dejo de verlo-al menos es lo que creí- y no fue mi idea, si no la propia Carolina sabía de los sentimientos de José. Y no quería lastimarlo según dijo. Él la amaba  calladamente, pero después de tanto tiempo, no entendía porque venía a verla. Trate de tomarlo con calma y a mi favor, deje que entrara con la intención de probar la fidelidad de mi esposa.

José rápidamente subió las escaleras y entro en la habitación matrimonial. Paso un rato con un terrible silencio sepulcral. Pero más tarde escuche unos gemidos, si era Carolina que gemía de placer con su amante. La tristeza invadió mi ser, quería llorar pero no podía. Las lágrimas no brotaban de mis ojos. Pero sabía que estaba desahuciado pues en mi propia cama me estaban traicionando.

Los chillidos de gata feliz cesaron y se tornó a una especie de gemidos apagados y  al acercarme más a la puerta escuche claramente que no eran gemidos de placer, sino lloriqueos de Carolina.

-Por favor José márchate, como te atreves a venir justo hoy, cuando apenas ayer lo enterramos

-Carolina tú nunca lo quisiste, ya se te olvido el día que mencionaste detestarlo por ser un borracho empedernido. Además que importa ya, siempre le fuiste infiel conmigo. Así que no me digas que estas de luto. Ahora que Alejandro está muerto demos rienda suelta a nuestros juegos en la cama.

Una conmoción terriblemente descomunal paralizo mis pensamientos, algo horrible círculo por mis recuerdos. Ahora entendía el porqué del moño negro de luto en la puerta, el mensaje de la tía dolores… todo indicaba que yo estaba muerto…


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