Las horas transcurrían lentamente frente a aquel frío muro de ladrillos, lejos de las ajetreadas vidas de tantos otros ajenos a él.
Mientras, sobre aquella desvencijada mesa desechada por el falso progreso, pensaba en amistades lejanas labradas a fuego en ínfimos días.
Amores que habían seguido su curso hacía eones y que ya sólo formaba una muesca más en el bastón de su memoria.
Nuevos sentimientos frente a los que tenía miedo de enfrentarse gracias al poder de la experiencia, pero que formaban parte de un horizonte que al fin se vislumbraba despejado y del color de la esperanza ante sus ojos.
Y sin embargo, cada vez que alzaba la vista veía aquella pared roja inamovible y antigua que parecía invitar a todos los cómicos de capa caída a iniciar su actuación si le dabas una oportunidad de redimirse.
Dulce ironía
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