En cabina, la azafata de vuelo conversaba con los tripulantes del avión mientras surcaban el cielo sobre un vasto mar algodonado que se perdía en el horizonte.
Asiento 33C, pasillo. Consultó inquieto su reloj. Faltaban 15.m. para la hora señalada. Pequeñas gotas de sudor perlaban su frente. Levantó el brazo y manipuló el dispensador dispuesto sobre su cabeza, para proyectar el chorro frío del aire acondicionado individual, hacia su rostro.
~¡Señor..!~ Escuchó a su derecha. El niño sentado en ventanilla, con el torso inclinado hacia delante, le miraba curioso. Él disimuló.
~¡Señor..!~ Insistió. ~¿Tu hijo... está en el avión..?~ Pensaba que todas las personas mayores tenían hijos.
Le miró molesto, sorprendido por la pregunta. -Una supuesta equivocación en los cálculos de la ubicación del objetivo, del ordenador de a bordo de un caza estadounidense al disparar un misil, acabó con la vida de su hijo en Bagdag -. Negó con un leve movimiento de cabeza.
~¿Dónde está..?~ Preguntó inocentemente el niño. Hubo un silencio...
~En el cielo~Le contestó con tristeza.
~¿Es un ángel..?~ Su mirada centelleaba por la emoción.
En el servicio, escondido durante el mantenimiento del aparato por un militante de su misma célula, un dispositivo detonador electrónico y en la bodega habían conseguido introducir una maleta bomba.
~Como tú... pequeño...~ Sonrió.
¡Esa mirada llena de vida..! No... No podría entrar en el Paraiso con la sangre de ese niño manchando sus manos, pensó dubitativo. Su hijo... no le perdonaría jamás.
Decidió no ir al servicio. Reclinó su asiento y cerró los ojos.
~El Paraíso... deberá esperar.~ Sentenció para sí.
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