Habían pasado varios meses sin volver a verla. Desde aquella fría mañana de febrero, aquella mañana de miércoles en que la vio por primera vez saliendo de la oficina del banco: guapa de facciones dulce, algo bajita pero proporcionada a la perfección, era el tipo de mujer de sus sueños. Cuando sus ojos se encontraron mirándose sorprendidos y admirados, en ese mismo instante, nacía en él la esperanza, el amor y el deseo de tenerla para siempre junto a él y no pasaba un solo día sin dormirse pensando en ella, ni despertase recordándola, desando volver a verla. Pasó a vivir por y para ella no la apartaba de su mente.
Una oscura noche de verano la encontró, por casualidad, llegando a la puerta de su casa. Ella lo miró con su radiante sonrisa, con su melena rubia suelta a la brisa de la noche. Lo tomó de la mano y lo invitó a subir. En el ascensor comenzaron a besarse con pasión y abrazados entraron en la casa. Era feliz! Por fin la había encontrado y su amor era correspondido. Por eso, ponía en sus besos tanto cariño y tanto amor como le salía del alma. Solo pensaba en dárselo todo.
Seguían los apasionados besos, las impacientes y nerviosas caricias, los susurros de amor mientras se quitaban la ropa con deseo e impaciencia hasta terminar desnudos rodando sobre la alfombra. Fue ella quien lo paró bajo su cuerpo y sentándose a horcajadas sobre su miembro, y ávida de placer, se introducía muy despacio el erecto pene en su húmeda vagina.
Al sentir él ese calor divino, fue cuestión de segundos que su cuerpo se estremeciera en un torrente de placer y se despertó. sudoroso, solo en su cama, con una enorme mancha de semen en el pantalón del pijama.
Se sonreía él solo por tan dulce sueño, se quitó el pantalón manchado, se limpió un poquito y se volvió a abrazare a la almohada hasta que soñando despierto se quedó felizmente dormido. Esa noche Morfeo había sido generoso.
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