MI PRINCIPITO
Una tarde de verano, cuando éste empezaba a finalizar y los sueños veraniegos comenzaban a adormecerse, tuve la suerte accidental de encontrarme con el hijo de un viejo amigo, con el que entablé una conversación, y éste sería desde aquel momento mi Principito (Saint-Exupéry).
Pude adivinar en él, en cada gesto, con cada palabra, en sus actitudes, que todo estaba ajeno a cualquier de tipo de intencionalidad o prejuicio, tan impropio de estos tiempos y de este mundo tan enfermo. Cuando lo que predomina, por parte de la gran mayoría, son unos intereses personales y la desconfianza que puede haber, por parte de muchos, ante lo que más bien se desconoce. Él en cambio mostraba una mirada confiada, más bien risueño y prestaba toda su atención a lo que se hablaba. Que entre muchas cosas uno entendía, como en la obra del Principito, una crítica a los adultos que han dejado de apreciar la belleza que reside en las cosas, como puede ser mantener una conversación con el prójimo, sin más provecho que consejos por mi parte, en este caso, cargados de buena intención. Que quien escuchaba recibía con toda la inocencia que pueda suponerse y lleno de bondad. Todo lo contrario al mundo pragmático, materialista, egoísta o codicioso y hasta pernicioso tan habitual para todos. Y al ver a aquel niño con todos sus sentidos atendiéndome, disfrutando del momento y sin buscar en realidad nada más, que me permitía hablar (tal vez demasiado) sin hacer intromisiones, ni hacer cuando dejaba de comentarle (a este joven muchacho), ninguna consideración inapropiada, y que además, parecía hasta gratificado, satisfecho y en paz. Era algo que despertaba en mí los mejores sentimientos hacia su persona y me devolvía a tiempos del idealismo y soñadora persona, que en etapas pasadas, en parte, uno creyó ser. A la vez que presentía que tal vez estaba, mi pequeño amigo (mi Principito), algo alejado del mundo y el mundo, a su vez, tan fuera de lugar.
(Con todo mi afecto y aprecio, para Nacho)
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