Espejo interior.

Los oídos se hacen sordos a las constantes vitales. Solo un sol para millones de sombras, solo una luna para millones de reflejos. La incredulidad que nos abordo ahora se sienta en el trono, allá en la cúspide, y desde tan privilegiado lugar aguarda, paciente, el regreso de la ignorancia. Lanzamos preguntas, y el eco como respuesta, distorsionado, para una vez más confundirnos, sin llegar antes si quiera a recibir el mensaje que, desde nuestro interior, nos aclama.

Ostentoso lugar que nos rodea, ¿qué podemos llegar a esperar de nosotros mismos si nos envolvemos entre algodones de azúcar, entre la pompa a la que no pertenecemos? ¿Por qué olvidamos nuestro lugar? ¿Para qué nos sirve rodearnos de una algarabía que no nos es natural? Se nos hace difícil respirar en este ambiente sórdido.

No podemos parar los hechos que se suceden, tales actos que las leyes del universo guían a través del caos inmutable, más allá de nuestra capacidad de control. Y escapan ante todos, no tienen dueño, son libres por sí mismos, y deciden en que transformarse. En conjunto forman una espiral a nuestra alrededor, como una galaxia particular, con estrellas que mueren, con nebulosas que nacen, componiéndonos en partes, y vaporizando la energía que desprendemos.

Así que, cuando nos paramos a analizar, siempre nos olvidamos de lo importante, el detalle que cambia nuestras ideas. Ideas con pilares se podrían venir abajo, todas como un castillo de naipes derribándose la unas a las otras, si el detalle apareciese justo en el momento adecuado y en el lugar adecuado. Pero aquí seguimos, como piezas inamovibles, siguiendo el ritmo que nos hemos impuesto, flotando en nuestro universo propio, ajenos al choque de los planetas.