Cuaderno de Bitácoras

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Decimoquinto día del cuarto mes del año del señor mil seiscientos treinta y siete.

Antes del alba, cuando todavía nadie había despertado, se escuchó un fuerte pedo.

A penas pasaron unos segundos desde que la ventosidad salió de aquel ojete y el hedor invadió el interior de la galera, pero para entonces los remeros ya habían muerto y el aguador...

Bueno, el aguador no creo que sobreviva.

Que Dios nos ayude a todos.

¡No! ¿¡Qué coño!? A todos menos al imbécil que prefirió comerse la col que le había puesto su mujer en la fiambrera, en lugar de las ratas estofadas del navío.


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