"Joder, joder, hoy follo, sí o sí. Son muchos meses ya, esto no puede ser. ¡¡Mierdaaa!! Tengo la regla y no me acordaba. Bah, eso nada, ya estoy en el último día, hago la clásica de dejarme el tampón hasta el final y luego, cuando vayamos al grano, viajecito al baño, toallita húmeda doblada pa'dentro -truquito de profesionales- y a joder como locos". Mi cerebro daba vueltas y yo también. Iba revolucionada por la casa, buscando la ropa menos vieja que tuviera, cuchillas para podarme enterita y un tanga que estuviera decente. -¡¡PUTA CRISIS!! No tengo ni para comprarme unas bragas, coño. Qué asssco. Al rato lo volví a llamar y quedamos en encontrarnos a las nueve de la noche en la estación de guaguas de ***.
Estaba nerviosa, había perdido toda la práctica y era horrible. Parecía una joven de veinte en un cuerpo de treinta. O, peor, una "vieja" de treinta acutando como una niña de veinte. Patético. No quería imaginarme nada para no gafarlo, pero no podía evitar verme subida encima suyo, en su cama, cabalgando como si no hubiera mañana. Me puse de punta en blanco, limpia, sin pelos, camisa negra de asillas súper escotada que me hace unas tetas que te mueres, pantalón elástico negro largo, cholas negras (y viejas, cinco años ya; pero era eso o crocos naranjas o rosas, y como que no. Además, con estas tetas, ¿quién se va a fijar en las cholas?), la riñonera que no falte (ese horrible complemento al que me aficioné por necesidad hace mucho: así evito perder mis cosas cuando me emborracho y, por añadidura, nadie roba nunca una riñonera mugrienta), un puñado de preservativos, un par de sobrecitos de lubricante (que yo ya sé lo que pasa cuando bebo mucho), un poco de máscara de pestañas (muerte al maquillaje: es incómodo, antinatural y un rollo mantenerlo impecable cuando te emborrachas, sudas como una cerda al bailar o al follar, y ya ni hablar si te tiran la leche en la cara...), bono de guagua, el triste presupuesto de veinte euros y ¡vamos allá!
Nos encontramos, lo vi guapo. "No te reconocía", me dijo. "Normal, porque ya no parezco una mujer de las cavernas", respondí para mis adentros. Me preguntó si me molestaba que compráramos unas latitas y las tomásemos en la playa antes de entrar a los bares, porque no tenía mucho dinero. -Qué va, mejor, yo también estoy más pobre que las ratas. -Bien. Ah, por cierto, luego viene un amigo mío. "¿QUEEEEEEEEEE? ¿CÓMO QUE UN AMIGO TUYO? ESTA NOCHE ERA PARA TI Y PARA MÍ, PARA LOS DOS, CAPULLO, PARA FOLLAR, SI YO HASTA PRETENDÍA PASAR DE LOS BARES Y TIRAR PARA TU CASA DIRECTAMENTE". -Ah, guay-, disimulé. -Sí, lo conozco de cuando trabajaba en ***, siempre nos echamos unas risas.
Bajamos por el pueblo hasta el súper, pillamos unas cuantas latas de cerveza, de esas grandes, y nos dirigimos a la playa. La noche estaba muy agradable, guiris por todos lados, música en las terrazas de los restaurantes, brisita marina... Caminamos un rato hasta llegar a la zona de bares prometida. -Mira, todo eso de arriba es ***, ahí vamos más tarde. Mientras, nos quedamos aquí. Nos sentamos en un banquito dentro de la arena, al lado de una ducha y unos baños. Cogí una Dorada y le metí un trago larguísimo. Empezó a hablar y hablar y hablar de él. Me pareció un poco infantil y egocéntrico. Pero bueno, a mí sólo me interesaba beber y follar, de buen rollo. Aunque si ahora venía el acoplado del amigo... Metí otro largo trago. Hablaba y hablaba y yo lo miraba, sonriendo. "Habla, habla, que ya te voy a poner toda la concha en la boca y no vas a decir ni pío".
-Ahí viene J.- exclamó, señalando para las escaleras que bajaban hasta donde estábamos. -Es cubano, sólo lleva aquí tres meses. ¡¡BINGO!! ¿Cómo podía haber sido tan imbécil? Definitivamente, estaba falta de práctica. Rato atrás me había comentado que venía un colega y yo sólo había visto pegas. Pero si soy la reina del "¿no tienes algún amiguito al que llamar, para que me cojan entre los dos?", o era; bueno, ahora volvía a serlo. Apuré el contenido de la lata. -Hola J.- le dí dos besos. -¿Cómo estás? "Joder, cómo estás. Blanquito para mi gusto, pero durito, bien durito". El chico tenía veintitres años, otro bomboncito. La verdad es que todos los cubanos con poco tiempo en España que me he tirado (sí, hay varios) estaban muy bien de cuerpo. No tanto rollo de gimnasio, más bien se nota que han crecido silvestres y sin comer muchas mierdas. Y eso me pone...
(Sigue mis relatos en http://sexoconfesionesdeunapervertida.blogspot.com.es/)
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No hay dos sin tres (II) parte 1
Por Pervertida Degenerada
Enviado el 19/09/2012, clasificado en Adultos / eróticos
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Y así es como volvemos a la llamada perdida de "Colominternet", en la tarde de un jueves cualquiera, hace unas cuantas semanas. La ví y me vinieron un millón de cosas
a la cabeza. "¿Qué querrá?, ¿estará por aquí? Tengo que dejar este estado depresivo y volver al mundo real de una puta vez". No dudé y lo llamé. -Hola- respondió, -¿te acuerdas de mí? -Claro que sí. ¿Cómo estás, bombón? ¿Qué te cuentas? -Nada, aquí, aburrido en la playa. Ahora estoy viviendo en ***, ¿sabes? Muy cerca de los bares que te dije aquella vez. Y eso, que esta noche voy a salir, por si te apetecía venir. Dudé, no sabía qué decir y no quería precipitarme. Pero sí, quería salir, emborracharme y follármelo sin piedad. -Ah, guay. Bueno, hacemos una cosa, en un rato te llamo y te digo, ¿vale? -Ok."Joder, joder, hoy follo, sí o sí. Son muchos meses ya, esto no puede ser. ¡¡Mierdaaa!! Tengo la regla y no me acordaba. Bah, eso nada, ya estoy en el último día, hago la clásica de dejarme el tampón hasta el final y luego, cuando vayamos al grano, viajecito al baño, toallita húmeda doblada pa'dentro -truquito de profesionales- y a joder como locos". Mi cerebro daba vueltas y yo también. Iba revolucionada por la casa, buscando la ropa menos vieja que tuviera, cuchillas para podarme enterita y un tanga que estuviera decente. -¡¡PUTA CRISIS!! No tengo ni para comprarme unas bragas, coño. Qué asssco. Al rato lo volví a llamar y quedamos en encontrarnos a las nueve de la noche en la estación de guaguas de ***.
Estaba nerviosa, había perdido toda la práctica y era horrible. Parecía una joven de veinte en un cuerpo de treinta. O, peor, una "vieja" de treinta acutando como una niña de veinte. Patético. No quería imaginarme nada para no gafarlo, pero no podía evitar verme subida encima suyo, en su cama, cabalgando como si no hubiera mañana. Me puse de punta en blanco, limpia, sin pelos, camisa negra de asillas súper escotada que me hace unas tetas que te mueres, pantalón elástico negro largo, cholas negras (y viejas, cinco años ya; pero era eso o crocos naranjas o rosas, y como que no. Además, con estas tetas, ¿quién se va a fijar en las cholas?), la riñonera que no falte (ese horrible complemento al que me aficioné por necesidad hace mucho: así evito perder mis cosas cuando me emborracho y, por añadidura, nadie roba nunca una riñonera mugrienta), un puñado de preservativos, un par de sobrecitos de lubricante (que yo ya sé lo que pasa cuando bebo mucho), un poco de máscara de pestañas (muerte al maquillaje: es incómodo, antinatural y un rollo mantenerlo impecable cuando te emborrachas, sudas como una cerda al bailar o al follar, y ya ni hablar si te tiran la leche en la cara...), bono de guagua, el triste presupuesto de veinte euros y ¡vamos allá!
Nos encontramos, lo vi guapo. "No te reconocía", me dijo. "Normal, porque ya no parezco una mujer de las cavernas", respondí para mis adentros. Me preguntó si me molestaba que compráramos unas latitas y las tomásemos en la playa antes de entrar a los bares, porque no tenía mucho dinero. -Qué va, mejor, yo también estoy más pobre que las ratas. -Bien. Ah, por cierto, luego viene un amigo mío. "¿QUEEEEEEEEEE? ¿CÓMO QUE UN AMIGO TUYO? ESTA NOCHE ERA PARA TI Y PARA MÍ, PARA LOS DOS, CAPULLO, PARA FOLLAR, SI YO HASTA PRETENDÍA PASAR DE LOS BARES Y TIRAR PARA TU CASA DIRECTAMENTE". -Ah, guay-, disimulé. -Sí, lo conozco de cuando trabajaba en ***, siempre nos echamos unas risas.
Bajamos por el pueblo hasta el súper, pillamos unas cuantas latas de cerveza, de esas grandes, y nos dirigimos a la playa. La noche estaba muy agradable, guiris por todos lados, música en las terrazas de los restaurantes, brisita marina... Caminamos un rato hasta llegar a la zona de bares prometida. -Mira, todo eso de arriba es ***, ahí vamos más tarde. Mientras, nos quedamos aquí. Nos sentamos en un banquito dentro de la arena, al lado de una ducha y unos baños. Cogí una Dorada y le metí un trago larguísimo. Empezó a hablar y hablar y hablar de él. Me pareció un poco infantil y egocéntrico. Pero bueno, a mí sólo me interesaba beber y follar, de buen rollo. Aunque si ahora venía el acoplado del amigo... Metí otro largo trago. Hablaba y hablaba y yo lo miraba, sonriendo. "Habla, habla, que ya te voy a poner toda la concha en la boca y no vas a decir ni pío".
-Ahí viene J.- exclamó, señalando para las escaleras que bajaban hasta donde estábamos. -Es cubano, sólo lleva aquí tres meses. ¡¡BINGO!! ¿Cómo podía haber sido tan imbécil? Definitivamente, estaba falta de práctica. Rato atrás me había comentado que venía un colega y yo sólo había visto pegas. Pero si soy la reina del "¿no tienes algún amiguito al que llamar, para que me cojan entre los dos?", o era; bueno, ahora volvía a serlo. Apuré el contenido de la lata. -Hola J.- le dí dos besos. -¿Cómo estás? "Joder, cómo estás. Blanquito para mi gusto, pero durito, bien durito". El chico tenía veintitres años, otro bomboncito. La verdad es que todos los cubanos con poco tiempo en España que me he tirado (sí, hay varios) estaban muy bien de cuerpo. No tanto rollo de gimnasio, más bien se nota que han crecido silvestres y sin comer muchas mierdas. Y eso me pone...
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