No consigo respirar, llevo mi mano a la boca ahogando un sollozo, mi corazón palpita a una velocidad increíble, como si fuera a salirse de mi pecho y buscar otro cuerpo donde haya alegría y no ésta angustia tan profunda que hunde el alma en una ciénaga de dolor.
Me rodeo con ambos brazos mitigando el frío de mi ser, me acuno procurándome un movimiento suave que me adormezca, me calme y me de una paz que no recuerda mi corazón.
No puedo pensar, mi mirada vacía fija en un punto cualquiera dejando que las lágrimas sigan saltando desde dentro.
Llevo mucho tiempo, quizás horas o segundos, no reconozco la realidad. Un escalofrío recorre mi columna y me provoca el reconocimiento de mi estado. Mis ojos vuelven a ver claramente la estancia donde me ubico. Mis manos tocan mi cara percibiendo que mis mejillas están secas. He dejado de llorar.
Me doy cuenta que la ventana está abierta y el frio se está colando en la habitación. Cierro. Comienza a caldearse la estancia y mi cuerpo y mi alma.
Paseo en círculos ahora pensando en mis sentimientos. Entiendo que este dolor desaparecerá con el tiempo y que llorar no sirve de nada.
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