Era una tarde lluviosa en la ciudad. Él estaba esperando a que el tren viniera, ella, viajaba sentada con la mirada fija en la ventana del vagón, intentando evadirse y olvidar aquel tedioso día.
Él esperó a a que el tren parase y las puertas se abrieran para entrar, y allí la vió, olió su perfume que lo embriagó al instante, mientras ella giró su cara hacia él y se ruborizó; así fue durante todo el trayecto, sus miradas furtivas se buscaron durante los quince minutos que coincidieron, los más felices de todo el día pensó ella, a la vez que dejaba volar su imaginación.
Mientras viajaba por encima de aquellos viejos raíles, él completó su mundo, su vida, su presente y su futuro. Desafortunadamente llegó el momento de volver a la realidady la ahora risueña joven, luciendo una blanca sonrisa y unos labios carmín, tuvo que bajarse, no sin antes lanzarle una útlima mirada, de esas a las que se había acostumbrado aquel día.
Mientras esperaba en el andén a que el tren se marchase con su platónico amor de aquella tarde, rogaba al destino que los volviese a juntar, aunque no fue así.
Al principio entristeció y se amargó como nunca antes lo había hecho, pero al final comprendió que aquello no podría salir bien, al fin y al cabo a ella le gustaban los gatos, y a él seguramente, los perros.
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