No me busquen en los sangrientos paisajes
desechando concreciones rotas donde la noche,
hacer yo nunca lo que se desea por tiempo humano
y conseguir un terremoto para decir amor,
para decir lo que se vive, lo que se amanece en tierra,
lo que se dosifica vertiendo bondades públicas
a la hora milagro que marca sonidos no organizados,
no me vean cayendo por el desagüe con sondas,
buscando hacia un final aquella imagen de árboles cercados
y mujeres hasta el cuchillo participando en la cruda violencia.
Me pongo el cuerpo blindado y te siento enloquecer,
la sangre me apura los metales rasgando el sexo
cuando ella en el espejo se triza y el temblor se quiebra,
y cómo milagrar la espera y el horror si pienso invisible,
la espera que hunde bocas ajenas al asesinato y mudas,
yo y el cansancio de la purificación por el brillo que saca,
yo y la fortificación celebrada sin cobardes parsimonias
y terminada contra el suelo, contra los negros pergaminos
de la soledad habitada en este maleficio.
Me saco el alma para dejarla en el taller de reparaciones,
lo hago demasiado tarde y demasiado ignorante,
demasiado bruto, demasiado animal, demasiado solo,
pero lo hago antes de ser objeto de amores incontrolados,
lo hago cementerio y/o futurado cadáver,
profundamente triste,
a pulso dejo de contaminar selectas pulsaciones y miro,
lo que pudo ser en el fuego que apagué furioso ayer
miro
y espero,
mi sangre corre y ya no quiero volver camino abajo
ni sacarme por amor el cuerpo nunca más,
afirmo la carne moribunda que lloro por dentro,
tan adentro en Dios como verter lágrimas y flotar en ellas
con un sentido, un secreto y un corte,
y un alma que vibra en la servidumbre para combatir.
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