Seguir viviendo

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Muchas personas no creen en la reencarnación, en la vida después de la muerte. Yo sí. Es muy difícil entenderla ya que nos morimos, nuestras almas se evaporan hacia un infinito desconocido y nuestro cuerpo se desintegra en millones de partículas que se pierden en la nada del espacio.

Atravesé una experiencia rara el día que me morí. Tenía noventa y cinco años, y la vida me había enseñado tantas cosas maravillosas, que creo que ya estaba preparado para irme y delegar mi esencia a mis hijos, nietos, y bisnietos. Los aproveché hasta el último instante y le robé a cada uno una porción de vida para traérmela conmigo. Ese fue el único equipaje que cargué en mi viaje…

Amanecí muy temprano, casi cuando el sol mostraba sus primeros síntomas. El rocío le daba ese toque de frescura a la mañana primaveral que con el correr de las horas el mismo sol lo derretía y lo reemplazaba por un calor agradable y placentero. Así me sentía yo, tan suelto y liviano. Podía palpar la brisa abrazándome por completo, acariciándome tan suavemente que me generaba cosquillas. Estaba en un parque muy grande, con muchos árboles y un arroyo apresurado que corría a pasos agigantados, como si estuviera queriendo escapar para jamás ser encontrado.  Me sentía tan vivo que ya había olvidado mi muerte. De repente el sol se escondió y una nube furiosa cubrió el cielo; comenzó a llover con gotas que tímidamente me embriagaban. Pero era una sensación hermosa, vivía la lluvia como propia, como si la hubiera estado necesitando hace tiempo. Y luego se fue. Calmó mi sed y otra vez el sol reinó el cielo azul profundo.

Me llenó de fuerzas, me generó un impulso a crecer y a querer llegar hasta lo más alto; respirar el aire profundo y disfrutar  de todo lo que me estaba rodeando.

Con el pasar de los días fui integrándome a la naturaleza; a la gran naturaleza que no deja de sorprenderme y entusiasmarme con esa necesidad infinita de seguir sintiendo hasta la gota más chica del rocío por la mañana, o el diminuto rayo de sol que me espía entre las nubes. Soy un rosal hermoso con flores muy rojas, bañadas de un aroma tan delicado y sencillo a la vez. Mis pétalos son suaves, tal vez un poco tímidos, pero tan felices. Estoy preparado para sentir y devolverles a  mis hijos, nietos y bisnietos aquella porción de vida que alguna vez les robé pero que hizo posible ser este increíble rosal apasionado por el hecho de vivir otra vez mas.

 

 

 

 

FIN.

 


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