Perder

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Se enamoró de la influencia, del poder, del dinero o, para ser exactos, ya venía enamorada de casa, pero yo no me di cuenta. Tal vez ella tampoco.

Me enamoré de la alegría arroyadora de su juventud, de la frescura de sus palabras, de su voracidad animal que despertaba unos instintos que creí sepultados bajo un alud de números, reuniones y actos. Y me enamoré perdidamente.

Nuestra vida sexual era muy activa, me excitaba ver cómo los otros hombres miraban a una hembra excepcional que permanentemente estaba en pie de guerra, cómo el deseo se revelaba en cada uno de ellos; me excitaba aun más ver el odio con el que me miraban a mí y me burlaba de ellos: mirad, mirad, que esta noche seré yo el que se la folle.

Y me la follaba, vaya si lo hacía, y ella se me entregaba por entero como la hembra que era, enredándose como una serpiente, atrayéndome, absorbiendo la fuerza de cada embestida y recibiendo las descargas de mi semilla en cada uno de sus orificios sin negarse nunca a experimentar cosas nuevas. Tan sólo se negaba a tener hijos, aunque yo se lo propuse en varias ocasiones "ya habrá tiempo para eso, decía" pero ese tiempo nunca llegaba.

Ahora, tras diez años de matrimonio, las cosas se habían enfriado bastante; no hacíamos el amor con mucha frecuencia y a veces me quedaba la impresión de que fingía sus orgasmos. No era que no me gustara, la edad había llenado sus formas y había hecho de ella una mujer voluptuosa y llena de morbo que seguía despertando el deseo de cuantos la veían, simplemente era que la rutina había sido más fuerte. Por eso me sorprendió que fuera en ese preciso momento cuando me propuso tener un hijo y yo, tal vez pensando que una criatura llenaría el vacío que se estaba abriendo entre nosotros, acepté sin saber realmente lo que ella pretendía de verdad.

Lo comprendí claramente una tarde calurosa de junio en que volví a casa antes de tiempo, pues ella me había dicho que estaba en los momentos más fértiles de su ciclo “Le voy a dar una sorpresa y me la voy a follar bien follada” pensé sin saber que iba a haber sorpresa, si, pero para mí.

Abrí la puerta con cuidado para no alertar de mi presencia y comencé a registrar la casa en silencio, buscándola para abrazarla por sorpresa; no estaba en la cocina, en la que había dos tazas de café vacías; tampoco en el jardín ni en ningún lugar de la planta baja así que comencé a subir las escaleras que conducían a las habitaciones. Al llegar al primer descansillo me pareció oir voces ahogadas, así que agucé el oído; sí, eran voces, y procedían de nuestro dormitorio. me acerqué a la puerta entreabierta y contemplé una escena que me dejó paralizado: ahí estaba mi mujer, forcejeando sobre la cama con un hombre jóven; él estaba sobre ella, sujetando sus dos manos con una de las suyas mientras con la otra manipulaba entre sus piernas y entre las de mí mujer, que se agitaba mientras la decía entre susurros que aquello no estaba bien, que la dejara en paz.

Iba a entrar en la habitación cuando ambos soltaron un gemido; sin duda aquel miserable la había penetrado, mi mujer dejó de improviso de agitarse y él empezó un suave bombeo. ¿Será posible —pensé— que la muy guarra se vaya a dejar follar por otro hombre aquí, en nuestro dormitorio? El bombeo del hombre aumentó de ritmo a la vez que soltaba las manos de mi mujer que, lejos de golpearle, comenzaron a acariciarle mientras abría las piernas para recibirle más adentro. Él le sacó las tetas y comenzó a sobarlas con ansia mientras le chupaba los pezones, lo que hacía que ella gimiera mientras le agarraba del culo invitándole a follarla más deprisa; el ritmo era ahora frenético, el le propinaba auténticas embestidas que ella recibía en medio de un sonoro chapoteo mientras un intenso olor a sexo se adueñaba de la habitación y salía por la abertura de la puerta, sin duda ella ya se había corrido al menos una vez. De repente él paró de follarla y salió de ella con un chapoteo; tenía un miembro enorme, más del doble de largo que el mío y mucho más grueso, y lo tenía duro como un garrote. Miré asombrado intentando ver cómo le había dejado en coño a mi mujer con semejante tranca mientras ella se quitaba toda la ropa y él hacía lo mismo. El muchacho se tumbó de espaldas en la cama y mi mujer, sin pensárselo dos veces, se sentó a horcajadas agarrándole la polla y metiéndosela de un solo embite, hasta el fondo, dejando a la vista tan sólo las enormes bolas, que aplastaba con sus grandes y pulposas nalgas. Comenzó a moverse atrás y adelante mientras con las manos le sobaba los testículos, haciéndole gemir y dejándole claro que era una real hembra, que aquello iba a ser de poder a poder. Los chapoteos eran ahora más sonoros, podía ver claramente como los líquidos escurrían por las pelotas del macho hasta la sábana y, sintiéndome audaz de repente, entré en la habitación agachado por la abertura de la puerta aprovechando que estaban de espaldas.

“Te voy a reventar la polla, cabrón, te la voy a ordeñar” oí que le decía mientras se echaba hacia adelante y, cogiéndose una tetaza con la mano, se la llevaba al hombre hasta la boca para que mamara “Chúpame las tetas” le dijo y el obedeció llenándose la boca con el pezón y succionando como si fuera un bebé, el bebé que ella deseaba tener. Ahora le cabalgaba con fuerza mientras le agarraba la polla con una mano y se la meneaba a la vez que se lo follaba “ no te corras, cabrón, que quiero que me dejes preñada” dijo mientras le sobaba los peludos cojones empapados de su flujo “no te corraaaaaaas” y la que se corrió fue ella, echándose sobre el musculoso torso de su macho, aplastando las tetas contra su cara. Se levantó lentamente y otra vez el pollón salío de su coño, parecía increíble que eso pudiera caberle dentro, daba miedo verla surcada de venas, con el capullo como una pelota, morado, a punto de reventar.

Se tumbó de nuevo boca arriba, despatarrándose descaradamente ente él, mostrándole su sexo cubierto de espuma blanca “ahora quiero que me preñes” y él se abalanzó sobre ella y empezó a follarla como un loco mientras ella le recibía con abrazos y besos hasta que el hombre comenzó a gritar que se corría y a lanzar gruñidos a la vez que bombeaba semen en el coño de mi mujer. Cuando sacó de nuevo de ella su pene amoratado pude ver el coño de la hembra rezumando borbotones de semen, como el de una yegua, fecundada, satisfecha. Ella se quedó tumbada y él se vistió y salió de la habitación mientras yo me escondía en la de al lado… ¿continuara?

 


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