El trágico final de Samuel (parte 1 de 6)
Era principios de verano, y el curso había llegado a su fin.
Los niños corrían de un lado a otro, felices, ante el inminente principio de vacaciones.
Tenían solo unos días para jugar y divertirse, hasta que cada uno partiera al lugar que
iba a pasar los siguientes meses.
Samuel era un niño muy sociable e hiperactivo. Camino a casa, ese último día de
colegio, iba con un amigo jugando a un juego que ellos llamaban, saltar los coches.
Trataba de ponerse en el lado de la calzada en el que los coches quedaran entre ellos y el
sol.
Entonces, a medida que los coches se acercaran a ellos, deberían intentar saltar la
sombra del coche por completo. Eso era difícil para ellos, dada su corta estatura. Era un
desafío, y apostaban alegremente algo que nunca existió.
Sumergidos en el viento, saltaban y disfrutaban todo lo que podían de su corta juventud.
Entre juegos y risas, llegaron primero a casa de Oscar, que era el mejor amigo de
Samuel, pero en el colegio. Después de charlar un poco de cómo lo iban a pasar, de
cuanto quedaba para que se volvieran a ver y un poco de chicas, se despidieron dándose
un gran abrazo amistoso. Raro en los chicos de su edad.
Mientras Samuel se alejaba por la avenida que separaba la casa de Oscar de la suya,
miró algunas veces vagamente para atrás, con una lágrima en la cara, para ver el sitio en
el que se había despedido de su amigo, ya que Oscar ya no estaba allí.
A la edad de doce años, unos meses pueden parecer décadas. Era difícil decir adiós a
una persona con la que compartía gran parte de su tiempo.
Pero luego miró hacia el frente y la lágrima fue arrastrada por el viento por su cara, para
no volver jamás. El sabía que sus amigos del pueblo le esperaban y, en casa, su madre y
su abuela haciendo las maletas para partir al día siguiente en la madrugada.
A Samuel le encantaba ayudar a hacer las maletas, aunque, en realidad no hiciera nada
de provecho, ya que todo lo que hacía, lo tenía que deshacer y volver a hacer su madre.
Pero él era feliz. Le gustaba creer que contribuía en la preparación de las vacaciones de
la familia.
Al día siguiente, su madre, su padre, su abuela y él, partirían hacía su pueblo, que estaba
a unas tres horas de la ciudad, donde vivían el resto del año.
El viaje le encantaba, ya que se distraía viendo el paisaje y leyendo algún libro o cuento
que le hubieran mandado en la escuela como deberes para el verano, pero también le
agotaba bastante, con lo que decidió irse pronto a la cama.
Con el pijama ya puesto, esperó a que su padre regresara de trabajar para poder darle un
beso, junto con su madre y su abuela, y acostarse para soñar con algo bueno, olvidando
la nostalgia y pensando en el largo verano que en el pueblo iba a pasar.
La abuela y el padre de Samuel fueron los primeros en despertarse, y este, a su vez,
despertó a su esposa con un dulce beso, para que se diese prisa y partir lo antes posible.
Estando ya todo preparado, despertaron a Samuel, quién no se lo tomó muy bien.
Terminó de vestirse y meter las últimas cosas en la maleta, como podían ser el cepillo
de dientes y demás, y marchó para la entrada, a esperar a que su padre dirigiera la
marcha hacia el coche en el que, pensó, quizá podría echar una buena cabezadita, ya que
aún no se había despertado del todo.
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