Por fin, después de diez largos años, estoy llegando a la frontera
de mi amada tierra, podre ver a mi esposa y a mi hijo, el cual casi no
conozco.
Cuyos recuerdos me acompañaron, todos estos años de guerra y de
barbarie.
Es como si mi corazón quisiera saltar fuera de mi pecho, yo que me
he enfrentado con valor, orgullo, sin dar un solo paso atrás, a los
ejércitos mas poderosos del mundo, en la puerta de mi hogar, ahora
mi coraje flaquea, asaltado por mil dudas, que nunca hubiera imaginado,
que existían.
Mañana llegare a mi casa y mi corazón se encoge, al saber que podre
mirarme en el espejo que son sus ojos, besar sus labios y llorar sobre su pecho.
Abrazar a mi hijo, que ya es todo un hombrecito.
Creo que no podre golpear esa puerta, que me separa de mi amada
y añorada familia.
Ahora me doy cuenta, que el hombre que un día, por mejorar el
futuro de su mujer y de su hijo recién nacido, se fue con los ejércitos
del gran Ptolomeo, ya no es el mismo.
Mi cuerpo esta tatuado de cicatrices, mi cabello antaño negro, se ha
ido tiñendo del color gris ceniza de los campos de batalla.
Cientos de arrugas. algunos dientes menos, sin contar con la marca
que en mi rostro, dejo una espada, no me acuerdo en que batalla,
hubo tantas, en estos diez largos años lejos de mi hogar.
La locura de la batalla, las lagrimas de dolor, el alma anegada en sangre,
el miedo, ese que se come los años de los hombres a bocados,
el frio, los recuerdos, la ansia de matar, para poder vivir un poco mas.
No sabia, ni imaginaba lo que me esperaba, pero tenia que hacerlo.
Entonces por tres monedas de oro, me enrole, la cosecha se había
perdido y mi hijo acababa de nacer, no había otro remedio, aun me
acuerdo de tus lagrimas, la ultima noche que pase a tu lado.
Te prometí entonces volver, lo antes posible, y ahora que he vuelto
tengo miedo, un miedo visceral, que me impide pensar y portarme
como un hombre.
En tu ultima carta, hace mas de un año, me contabas que habías comprado
unas vacas y que la vida te trataba bien, me narrabas las travesuras
de nuestro hijo, las horas de soledad, la larga espera.
Las luchas contras las malas cosechas, la muerte de tu padre, me dabas
las gracias por el oro, que mandaba regularmente, un oro manchado
de sangre, pero oro al fin al cabo.
Recuerdo que cuando la leí, llore como un niño y sentí la añoranza de mi
hogar, en lo mas profundo de mi alma.
Veo la casa donde fui tan feliz a lo lejos, en la puerta hay una mujer y a
su lado un niño, las lagrimas me impiden ver como, los dos corren hacia
mi.............la vida a veces es tan hermosa.
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Hubo un tiempo de la edad del hombre, en que grandes ejércitos asolaban
el mundo, compuestos en su gran mayoría, de campesinos y labriegos,
que por escapar de la ruina y del hambre, se enrolaban, para poder dar
una salida a sus familias y seres queridos.
Estos eran los que se sacrificaban en primera liña de batalla, así que
pocos volvían, a su hogar, tanto la muerte los gastaba.
Hubo algunos que sorprendentemente, volvieron al cabo de los años,
pero fueron muy pocos.
Entonces las campañas eran de tres o mas años, hasta que llego un tal
Alejandro, que estuvo mas de diez años batallando por el mundo, hasta
su temprana muerte.
Uno de esos campesinos sobrevivió a los horrores de esta larga y inacabada
guerra, dejo escrito sus memorias.
Este campesino se llamaba, Eumenes y llego a ser, capitán de un taxei.
Gracias a el sabemos el precio, que pagaron los que un día, dejaron atrás
a sus familias y amigos, en la búsqueda de una vida mejor.
Extrapolable a la situación de muchos emigrantes, de ayer, de hoy y de mañana.
Va por ellos.
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