Hoy me levanté con la cabeza que me pongo todos los días, no hubo la necesidad de acomodarla sobre el soporte que sobresale de mi pescuezo. La noche anterior olvidé quitármela y dejarla en el perchero, creo que por eso tengo un leve dolor de cuello y en mis dos cuernos. Me miro al espejo, contemplo mis astas afiladas y hago un resoplido de satisfacción, aún no se han resquebrajado. Me visto con mi traje de paño: saco negro, pantalones negros y zapatos negros y claro está, camisa blanca. También agarro la corbata roja que dejé lista dos noches atrás. Mis falanges hacen el difícil trabajo de unir los botones con el ojal de mi reluciente camisa blanca. Luego camino erguido al patio trasero de mi casa, para pastar antes de ir a la oficina. La hierba la acondicioné para no tener que ponerme en cuatro y tener que comer como un sucio animal; un sofisticado artefacto de enredaderas sujetan a lo largo de las paredes del patio toda clase de plantas y flores: rosas y hojas árbol para que mis cuatros estómagos hagan una buena digestión. Después de mi frugal desayuno, y antes de salir de casa, me miro al espejo mientras abro mis fauces y con un hilo dental me quito las ramitas que se quedaron enredadas entre mis dientes.Pero antes de salir por el portón, me vierto encima de mi traje de paño un galón de gasolina. Luego mis falanges vuelven a ser cruciales, enciendo un fósforo y lo dejo caer sobre mi ropa húmeda.Impertérrito salgo a la calle y enciendo un cigarrillo, mientras veo revolcarse por el asfalto a mi vecino con su cabeza de jirafa para apagar su fuego hipócrita.
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