La hija única

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Con pómulos excesivamente brillantes y redondos, las pecas que adornan la cara de Elena le dan un tinte aniñado y travieso. Su pequeña boca se oculta por debajo de la nariz y apenas si se percibe cuando mueve sus labios. De todas maneras Elena no habla demasiado; quizás por esa razón nunca tuvo muchos amigos con quien compartir sus meriendas. Huele a colonia para bebes y deja su huella en el aire cuando pasa apresuradamente. Su aroma puede permanecer por algunos minutos sin que ella lo esté transpirando siquiera. Seguramente padece alguna patología hormonal intensa, que se activa automáticamente ni bien su sangre corre por sus venas y alcanza al corazón para hacerlo latir. Su cabello se pierde en un suave castaño que en más de una oportunidad simula un anaranjado opaco que revive cuando el sol le perfora sus rayos. Hay días en que Elena no se peina pero, casi como por arte de magia, su pelo se congela en un armado simple y estándar; no se moviliza con facilidad, sólo un viento es capaz de provocar su ira y obligarla a enfrentarla al espejo para acomodárselo con ayuda, casi siempre, de su cepillo verde de cerda gruesa que su abuela hace algunos años le regaló. Tiene manos suaves, más bien pequeñas, un poco golpeadas por el abandono al cuidado diario que toda mujer destina al menos una hora cada día, o cada dos. Pero Elena se olvida de ese detalle y las deja libres y naturales, tal como Dios se las dió al nacer. Apenas si se las lava antes de sentarse a la mesa y jamás vivenció el delicado y femenino ritual del esmalte. Lo aborrece y se niega rotundamente a una sesión de manicura de sábado por la tarde.

Su mirada es intrigante e impredecible. Sus ojos se destacan del resto de la cara; son tan grandes y redondos que intimidan a cualquiera que se cruce por su campo visual. Sus pupilas van a tono con el amarronado de sus cejas que sabe intencionarlas con un leve subir; tan leve y lento que es apenas perceptible a un metro, o quizás a dos de distancia; no mas.

Elena es hija única. Sus padres atravesaron una intensa y larga batalla para ganarle a la naturaleza y demostrarle a la ciencia que no es cierta. Efectivamente lo lograron, y luego de siete años nació. Sietemesina por excelencia, un jueves de diciembre vio la luz de la vida y abandonó el vientre de su madre con permiso de un muy buen trabajo de cesárea que duró menos de lo previsto; igualmente no fue consuelo para su padre el día de la operación.

El triangulo que se generó entre ellos pecó lo enfermizo y las relaciones excedieron la normalidad de una familia cualquiera. No hubo minuto en que la madre de Elena la dejara sola, y no hubo minuto en que su hija se despegara y pusiera en juego la creatividad de una niña en desarrollo. De todas maneras, no era una familia cualquiera. Su padre, de origen puramente italiano, era un comerciante sencillo que pasaba todo el día vendiendo seguros de vida. Su madre, con marcada descendencia polaca, era sínicamente obsesiva y los trastornos que la atormentaban desde adolescente le desafiaron constantemente una mala pasada; tanto así que su hija era víctima de ello y en más de una oportunidad fue encerrada en el sótano a modo de lección para no volver a ensuciar la alfombra con algún caramelo o golosina pegajosa. Los ataques de la madre de Elena duraban medio día y luego todo se calmaba, como si fuera un trámite necesario que debía atravesar su organismo para encontrar luego la felicidad plena y elevarse hasta lo más alto del nirvana. Pero tres o cuatro días más tarde todo volvía a empezar, y así un circulo perversamente vicioso y agresivo se adueñaba de la familia e irrumpía un clima tan frágil que lo iría resquebrajando inexorablemente hacia un final trágico anunciado. 

Elena está cumpliendo su noveno año en el internado neuropsiquiátrico. Es la paciente más obediente del edificio y jamás se negó a alguna tarea de rutina. Sus paseos son cada vez más placenteros y los disfruta cada mañana. Un martes de verano recibió la visita de su tío pero lo rechazó entre llantos y gritos. Después de entonces, jamás nadie preguntó por Elena. Pero ella está feliz y sonríe. En sus expedientes se adjuntó, para la investigación, la crónica policial del diario de aquella tarde donde se tituló: “mujer de 35 años con deficiencia mental severa asesina cruelmente a puñaladas a sus padres luego de haber estado encerrada dos días en el sótano de su casa”     


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