Siento la piel de mi cara tirante por la angustia, y mis peores temores se cristalizan. Las pulsaciones empujan mi corazón hacia la boca, me despierto asustado, en medio de una tórrida noche de verano, exhalando vaho por la boca. Y me acelero aún más, cuando únicamente el bello de mi brazo izquierdo se eriza, por el roce de una mano desgastada, áspera y herida en ambas caras. Intento contener mi histeria evitando girar el cuello y presenciar a quien solapa mi respiración, con la suya entrecortada, mientras susurra palabras en una lengua muerta. La luz de la luna proyecta en la pared sombras humanas, sufridas, extenuadas. Corazones desechos por la brutalidad de la violencia, evocan una repugnancia insostenible.
Percibo como empuja su cabeza contra mi espalda, y acto seguido la arqueo, unas punzadas sutiles provocan el correteo apresurado de lágrimas de sangre, que mueren entre las sábanas. Intento gritar, con éxito suelto un alarido profundo y quejoso que me despierta de una maldita pesadilla.
Bajo a la cocina para beber agua, y me encuentro el congelador entreabierto. De éste descuelga un antebrazo. Con tranquilidad, hago fuerza hasta lograr cerrarlo del todo. Aún estemprano. Regreso a la cama.
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