EL TRIPI, LA RUSA Y EL PIE DE LA RUSA (parte 2)

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-Rubi...  ¡Che, Rubita!  ¿Estás flasheando?  Mirá que a la nachi no le cabe que la mirés así...- dijo L. dándome codazos. -Joder, ¡capullo!  Era tan guay...  Y todo huele tan bien...  Seguro que la tierra sabe a vida-.  Sí, la verdad que ese tripi estaba muuuuuuuuuuuuy rico y yo estaba colgadísima, jajajaja.  L., al escuchar mis palabras, vio su oportunidad.  Bromista innato -o nato, que es lo mismo; curiosidades de la lengua-, había encontrado en mí un blanco perfecto (y no sólo para enlecharme).  Vivir y manejarme siempre sola me enseñó a desconfiar de cualquiera.  Sin embargo, una vez que entablo cierta amistad con alguien (o si existe relación de parentesco), mi cerebro rechaza automáticamente la opción de que se burlen o quieran aprovecharse de mí.  Y al observar que la flipada que llevaba multiplicaba mi credulidad por mil, no desaprovechó la coyuntura. -Sabés que estas paredes de colores son de golosina, ¿no?-, no sé cómo el hijo de perra consigue hacerme siempre cosas así, sin reírse.  Desconfié, pero demasiado poco.  Bebí un trago de la birra, que ya estaba caliente, y pregunté: -¿En serio? -Sí, sí.  Dale, probalo.  Está buenísimo. Yo sólo veía a Leslie Nielsen en el cuerpo de L. invitándome a probar de una inmensa golosina, ¡¡¡TODO UN PARQUE HECHO DE GOLOSINA!!!  Y, a pesar de que no soy muy dulcera, la tentación era superior a mis fuerzas. -¿Seguro?  No te burlas de mí, ¿no? -Dale, Rubita, ¿cuando me burlé yo de vos?  Probá, está bueníiiiiiiisima.
¡¡¡¡SIIIIIIIIIIIIIII, LO PROBEEEEEEEEEEEEE!!!!  ¡¡¡¡LAMI UNA PUTA PARED JEDIONDA DE AZULEJOS DEL PARQUE GÜELL!!!!  Y no, no me supo a golosina.  Cuán caprichosas son las drogas a la hora de administrar sus efectos: puedes estar rodeada por cientos de Leslies Nielsens, descubrir el plan secreto de las hormigas para conquistar el mundo y conseguir que una china saque música de ti como si fueras el instrumento más sofisticado, pero luego chupas una pared y no te sabe a nada especial.  Y L. no podía parar de reírse, reía, reía, se doblaba y seguía riéndose.  A mí me daba igual, la verdad, no entendía mucho, pero tenía la impresión de que algunas personas nos miraban. -¡JAJAJAJAJAJA! ¡AY, RUBIA, QUÉ MONGA SOS!  Vámonos y te invito a otra birra, jajajaja. -Que te den.  Una que esté fría.
A mí lo de chupar la pared me había abierto el apetito, así que pillamos unas latas y unos bocadillos que nos costaron un ojo de la cara (el del cuarto de tripi no, por ese nos tendrían que haber dado unos helados también).  Haber esperado a salir del parque para comprarlos no había servido de nada, todas las calles cercanas también aprovechan el tirón  y ponen precios para turistas, aunque el negocio sea una ventita de mierda con folios pegados en las ventanas anunciando sus productos ortográficamente incorrectos.  Subimos al metro y decidimos que, puestos a flipar, podíamos visitar también la Sagrada Familia.  Fuimos hasta Diagonal en la línea tres y ahí cambiamos a la línea cinco (la azul).  Dos paradas más y bajamos, pero no duramos mucho en la calle, hacía demasiado calor, estaba todo lleno de gente y era imposible conseguir un murito a la sombra para sentarse.
-Uf, ¿por qué no vamos al barrio y bajamos a la playa o algo?  Me estoy guisando. -Sí, mejor, que ya estoy empezando a chivar- respondió L. oliéndose el sobaco. Volvimos a la parada de metro y, al entrar, nos dimos cuenta de que estaba extrañamente vacía, para ser domingo y para ser esa hora.  Nos sentamos a esperar, miré el cartel que indica el tiempo que tarda en entrar el próximo metro y refunfuñé: -¡Joder!  Faltan siete minutos.  Bueno, por lo menos se está fresquito.

Y entonces, pasó algo que, después de los años, sigo recordando como si hubiera sido ayer...

www.confesionesdeunapervertida.com


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